Una Rokuro Kubi representada por uno de los mayores artistas japoneses: Hokusai
Existe en la cultura tradicional japonesa una suma, o
mejor, coexistencia de muy diversas maneras de entender el mundo o lo que viene
a ser religiones y filosofías. A modo de pequeño apunte y sin pretender sino
esbozar el panorama hemos de citar : Confucianismo, Neoconfucianismo, Budismo
en prácticamente todas sus escuelas, algunas de las cuales nacen en Japón como
la fundada por Nichiren y otras que sufren al contacto con la cultura japonesa
transformaciones casi radicales, como la Ch’an que evoluciona al Zen y como tal
se trenza en Japón y sus manifestaciones tanto literarias como artísticas. Sin
embargo, anterior a la llegada de todos estos movimientos desde el continente
es el Shinto que, en su conjunto, es el suelo legitimador de la dinastía
imperial. Ahora bien, el Shinto es a su vez
una suma más o menos sistematizada de –más bien menos que más- de
diversas religiones, mitos y grupos chamánicos; en algunos aspectos es muy
semejantes a los orígenes de los mitos griegos, eso sí, sin la lógica griega
pero con un pensamiento mágico más perdurable que resultó ser en la mitología
helena.
Habitualmente, aunque parece que vamos corrigiéndonos, se
nos olvida lo absolutamente determinantes que resultan los condicionantes
geográficos: pequeños valles prácticamente aislados, extremadamente boscosos,
sin grandes ríos ni grandes llanuras fértiles, salvo la del Kanto donde se
asienta Tokyo, y con contadas materias primas, costas abruptas a menudo y todo
ello bajo la permanente amenaza de terremotos y tsunamis con los que han
aprendido a convivir. Si a estas
realidades sumamos una fauna de pequeños animales, nada parecido al elefante
indio o al tigre, nos encontramos con un entorno más que peculiar.
Con este paisaje es inevitable que surjan una enorme
cantidad de seres sobrenaturales propios. La creencia en algunos de ellos se
limita a regiones concretas y otros, en cambio se extienden por todo Japón. Así
se compone todo un “ecosistema” sobrenatural. A estos seres hay que añadir las
cualidades mágicas que se les han otorgado a determinados animales como las
grullas o los tejones que han protagonizado bellísimas historias, sin embargo,
la mayoría de los seres sobrenaturales han permanecido en sus elementos propios
con pequeñas anécdotas que recogen su existencia aunque sin dejar de aparecer
ocasionalmente en las grandes epopeyas.
Aunque habremos de volver a ellos como grupo o grupos, hoy
quiero comenzar una serie en la que hablaremos de éstos seres sobrenaturales
llamados genéricamente Yokai. Comenzaremos por uno de los más populares y
aterradores al que seguramente se le podrán aplicar varias lecturas, además de
la evidente: los Rokuro Kubi.
Sin lugar a dudas es uno de los yokai más famosos en
Occidente y también de los más representados en las ilustraciones japonesas. En
principio los Rokuro Kubi caminan en el filo de una extraña ambigüedad pues no
queda claro si son seres que tienen forma humana durante el día y cambian de
noche “per se”, o son humanos que por alguna razón se convierten en Rokuro
Kubi, o incluso serlo sin conocer su propia naturaleza. Por ser ambiguos lo son
hasta en el grado de terror capaces de producir.
Mayoritariamente suelen ser mujeres (también los hay
masculinos pero son menos importantes) vestidas con kimono y echadas en un
futón. Hasta aquí la representación no presenta nada anormal. A medianoche
voluntaria o involuntariamente, o cuando se enfurecen sea la hora que sea, su
cuello se alarga de modo inverosímil como una serpiente en el mejor de los
casos para asustar a los humanos, necesidad que tienen en su naturaleza. Sin
embargo, no son siempre tan inofensivos tomando su cabeza aspecto de Oni (otro
yokai del que hablaremos y que es una especie de ogro autóctono) Suelen
asustar, espiar, o beberse el aceite de las lámparas.
La representación más habitual es la mencionada de mujer
hermosa echada en un futón, alargando el cuello de manera más que inquietante:
Durante el periodo de Edo (recordemos 1600-1868) estas figuras femeninas se
van, como casi todo en ese tiempo, “frivolizando” y perdiendo un tanto su
carácter terrorífico al identificárselas con prostitutas o criadas vengativa,
en cambio ganan un sentido burlesco al dedicarse a hacer travesuras a los
humanos.
Es interesante el origen de este yokai. Por todo el sudeste
asiático y Sur de China existe la variedad más siniestra del Rokuro Kubi que se
caracteriza por desprender la cabeza del todo y vuela arrastrando órganos
ensangrentados, si al regresar a su cuerpo no lo encuentran, mueren. Esta imagen
parece ser que llegó a Japón en un momento de “apertura” en sus relaciones con
China durante el periodo Muromachi (recordemos 1331-1573). Sin embargo, el
cierre de fronteras radical del periodo de Edo hizo que, poco a poco, se fuera
vaciando de contenido fantasmal el mito para protagonizar historias
humorísticas o algo más. Al igual que en Occidente se hicieron en esta
época exhibiciones con humanos y
animales deformes, “paradas de los monstruos”, reales o, más frecuentemente, “fabricadas” , así en
1808 tuvo un notable éxito una figura –ignoro si esqueleto o más completa que
eso- de un Rokuro Kubi.
Lo que sí es cierto es que tiene una enorme fuerza tanto
por la cantidad de historias que protagoniza como por su continuidad en el
tiempo de su representación iconográfica que llega a nuestros días, además ya
no es una figura exclusivamente representada en Japón y por japoneses sino que
numerosos artistas de la ilustración y el comic occidentales la siguen
representando.
Cierro el tema de momento con una selección de Rokuro Kubi de diversas épocas.
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