martes, 5 de junio de 2018

SHUNGA: UNA ENTRADA A VUELAPLUMA



Partiendo del peincipio de que no soy un experto en el tema y después de haber visto unos pocos cientos de estampas de este tipo y sin querer sentar cátedra podría aportar alguna reflexión, si no nueva, si en otro contexto. Una de ellas sería encontrar los rasgos comunes a todos ellos (o a casi todos, recordemos que la excepción confirma la regla) y, a su vez, elementos que desde occidente nos sorprenden como objetos que puedan ser considerados eróticos.

Pausa considerativa: es complejo el tema si entramos a definir y separar lo que es pornográfico de lo que es erótico y no ya solo por las diferencias de las culturas sino por la diferentes visiones dentro del mismo entorno cultural y las posición moral o religiosa que rija en cada momento y en cada sitio. Tras arduos debates con el grupo de investigación no llegamos a ninguna conclusión que pueda ser válida a la hora de responder a ¿los shunga son eróticos o pornográficos? Y dado que, oficialmente, tengo libertad de pensamiento, me permito expresar la mía antes de seguir con los rasgos comunes. La diferencia entre uno y otro concepto es tan delicada como una telaraña y, al final, está en el ojo de quien mira. Más importante es la cuestión de base del conflicto. Me refiero a que si consideramos una experiencia artística de cualquier tipo erótica es algo positivo o por lo menos tolerable, en cambio si lo consideramos pornográfico no lo es y empiezan los escándalos y demás. Recuerdese cuando la Maja desnuda era pornográfica. Ahora bien ¿alguien me puede decir qué tiene de malo la pornografía ante los adultos? O yo soy un depravado o estamos todos locos. Tengo casi sesenta años (hala el abuelo este!) y todavía no he encontrado nada negativo en la pornografía entre y para adultos, sin olvidarnos de que sea consentida en el caso de la fotografía, películas y demás (en las artes tradicionales no creo que usaran muchos modelos para estas cosas) Pero los limites son los mismos que para cualquier otra manifestación (llevaríamos a nuestros hijos a ver “Esperando a Godot”, pongo por caso) y para ir cerrando esta pausa considerativa expondré mi posición ideológica ante el tema, erotismo y pornografía son lo mismo a nivel universal, a nivel de nuestra cortita visión eurocéntrica se puede considerar que la pornografía es el erotismo pasado de rosca. Ahora bien y dejo el asunto en el aire: la Historie d’O película se consideró erótica cuando es una de las películas más brutalmente agresivas a lo establecido en las relaciones hombre-mujer. Sin embargo, vemos una porno estándar: cuerpos desnudos, besos, prácticas placenteras, gozo físico y el esplendor completo de los cuerpos humanos. Cual de ambas tiene elementos mas dañinos para la mente del hombre occidental. Y conste que Histoire d’O la vi con quince años. (aquellos cines de verano) que viene a ser la peor edad para verla.

 
Obviando pues el tema de lo erótico/pornográfico del shunga, que tanto ha dado que hablar, veamos algunos de los rasgos que veo que son comunes en todos las épocas y otros que a ojos occidentales nos resultan, cuanto menos, desconcertantes.

Uno de los más llamativos a nuestros ojos y característico es la ausencia prácticamente total del desnudo. Creo que, frente a nuestra cultura grecolatina que ha consagrado el desnudo artísticamente y condenado moralmente, la japonesa no ha hecho ni una cosa ni otra. En las artes el desnudo es prácticamente inexistente y en la vida real no tuvo mayor importancia hasta la era Meiji que copió, también en esto, patrones occidentales. El caso es que ante el desnudo se mantiene en Japón una posición ambigua y desconcertante hasta cierto punto. Por un lado los ya mencionados baños comunes y sus peculiares abluciones, por otro la intensa producción de mangas o libros ilustrados claramente pornográficos en los que, en no pocos se “pixela” la zona genital, no en todos desde luego, y, frente a esta actitud más o menos abierta, la legislación japonesa puede encerrar a quien muestre el vello púbico.

Si atendemos, de momento, al aspecto y las razones culturales o estéticas por mejor decir, nos daremos cuenta que no solo las figuras están vestidas y cuidadosamente descubiertas las zonas genitales sino que esos vestidos están jugando un papel fundamental en el plano plástico con sus curvas y contracurvas, las líneas de los estampados y los colores de las diversas prendas superpuestas y sus respectivos estampados. En otras palabras: es una armonía la que se busca en la que se prioriza la parte “pedagógica” pero dentro de un entorno estético tan importante como ésta. Si para occidente el desnudo es un fin en sí mismo, y más si es un desnudo más o menos erótico, en Japón es parte de un todo en el que no ocupa un segundo plano el juego cromático y lineal de las vestimentas. Es evidente que hay shungas con desnudos pero son una aplastante minoría y casi casi me atrevería a decir que de temática homosexual, al menos en su mayoría.

Otro punto característico es el tamaño. Si el tamaño no importa, dicen, los japoneses no se lo creen, o al menos eso dan a entender sus estampas. Los miembros son descomunales y “fornidos” siempre en su esplendor y venosos marcando la fuerza de su imagen, excepción hecha de los miembros viriles de los jovencitos en las estampas homosexuales. En suma: las zonas genitales están muy desarrolladas y destacadas siempre tanto en varones como en mujeres. Mientras occidente, desde Grecia, minimizaba el aparato genital llegando al portentoso invento de la hoja de parra, tan oportuna como difícil de sostenerse, los japoneses nos muestran sexos gloriosos a pleno rendimiento y, lo que viene a resultar lo más importante, sin ningún tipo de clandestinidad ni persecución.

Esta misma potencia en los trazos de los genitales les lleva a veces, sobre todo en estos tiempos, a resultar poco menos que brutales, sin reparo alguno. Sin reparo alguno como nos muestran ejemplos como la trilogía “La casa de los herejes” ilustrada por Gengoroh Taname, en la que se aborda partiendo la tradición cultural y social japonesa (concretamente antes de la Guerra del Pacífico) y desde un planteamiento claramente sádico no sólo la promiscuidad a la que someten al protagonista, sino el espinoso tema del incesto, llegando al culmen en el episodio del hijo violando al padre. De hecho, las relaciones incestuosas son la base del relato. Reconozco que las ilustraciones puede que deban mucho a occidente (el desnudo, por ejemplo) pero no desde luego ni su tratamiento en la página ni en sus planteamientos generales.

Siguiendo con los rasgos que yo he detectado como comunes cabría afirmar que siempre (supongo que con alguna excepción que no he visto) son escenas de pareja de todo tipo, sí, pero pareja a la que ocasionalmente se suma en un segundo plano un espectador hombre o mujer, si es varón suele ser un anciano lo que se presta a novelear con lo que está ocurriendo. Nada de orgías o desparrames. Al contrario, siempre en interiores detalladamente representados.
Un aspecto mas que como occidentales