domingo, 22 de noviembre de 2015

La mujer Japonesa. Un esbozo a través de la historia



Título:"La mujer japonesa. Un esbozo a través de la historia"
Autor:Federico Lanzaco Salafranca
Editorial:Verbum
Ciudad Fecha:Madrid 2012 
Género Ensayo:
Otras notas de interés: Superabundancia de datos concretos y citas muy amplias. Valioso en ese sentido. 
El, sin duda, gran conocedor  de la vida y la cultura japonesa Federico Lanzaco afronta un tema apasionante pero he de decir, no sin una cierta desilusión, que el resultado no es precisamente lo que esperaba, al menos en el conjunto de su lectura. 
Cierto que ya lo advierte el título incluyendo "esbozo" en él, pero, a mi corto entender, es un "esbozo" demasiado esbozado. o dicho de otro modo "quien mucho abarca..." .No faltan datos concretos, muy concretos, ni mucho menos, de hecho es lo más valioso del texto pero se echa muy de menos un poco más de profundidad en los temas. Quizás en lugar de las 150 páginas hubieran sido mucho más coherente desarrollarlo en el doble, lo que también habría permitido amenizar un poco el texto. Como en tantas ocasiones su principal virtud es también su gran defecto: la abundancia de datos concretos acaba resultando árida. Imagino que la extensión del trabajo tendrá que ver con motivos editoriales.
En no pocas ocasiones nos da la impresión  de ser en gran parte una especie de recensión de "La mujer japonesa. Realidad y mito" (Cmunicaciones del VIII congreso de la Asociación Española de estudios japoneses en España) (sí, se llama así, por muy absurdamente redundante que pueda parecer y mejor no explico los motivos) No es mala idea pues este volumen es bastante difícil de encontrar. Para cerrar este breve comentario he de decir que a pesar de no resultar nada adictivo es un texto que cabe calificar de IMPRESCINDIBLE para el estudioso de la cultura japonesa.

jueves, 22 de octubre de 2015

"El infierno de las chicas" de Kyusaku Yameno



Título: “El infierno de las chicas
Autor: Kyusaku Yumeno
Editorial: Ed. Satori
Ciudad Fecha: Gijón 2014     Edición original: 1936
Género: Novela corta
Otras notas de interés: Reúne tres novelas cortas, o relatos largos: “No tiene importancia”, “Asesinato por relevos” y “La mujer de Marte”. Epílogo por Daniel Aguilar.

La vida atormentada del autor 1889-1936 explica el enmarañado universo que va envolviendo a las protagonistas de estos tres relatos, pero no sin por ello delatar las circunstancias en extremo complicadas de la condición femenina en Japón. La impresión que me ha dejado al leerlos es la de que las jóvenes, a priori inocentes, van siendo envueltas en una telaraña de prejuicios, sospechas, limitaciones no escritas y mil cosas más sugeridas y no expresadas como es habitual en la narrativa japonesa hasta lograr acabar no sólo con la inocencia e indefensión de las muchachas sino también con su vida.
Desde luego como relatos de terror-suspense son muy valiosos (incluso en algún momento se puede percibir en esencia el espíritu que recientemente resucitó en “El embarazo de mi hermana”)  pero yo diría que más interesante resulta lo que tiene de reflejo de la cotidianeidad japonesa en un periodo complejo, pues en esa corta vida, el autor vivió la modernización Meiji en su juventud, el extraño y delicado periodo Taisho y el principio de la era Showa, reinado de Hiro-hito, pero sólo hasta el momento del militarismo triunfante.  El epílogo es esclarecedor sobre su biografía sin duda alguna.
En cualquier caso lo cierto es que el terror japonés no es en absoluto vano ni tranquilizador ni para los habituales de Lovecraft o Poe, y, desde luego, origen de todo el terror actual en manga, animé, comic y demás manifestaciones. Si se me permite la frivolidad, cualquiera de estos relatos hubiera sido un perfecto guión para la mano maestra de Alfred Hitchcock.
A pesar de lo inquietantes que resultan y de que algunos aspectos culturales en las reacciones de los personajes nos repelen y no acabamos de entenderlos es un libro de lectura amena que merece una lectura atenta.

jueves, 8 de octubre de 2015

Madame Butterfly y los ideales femeninos (6)



Sobre lo que llevamos visto y aunque esta serie de entradas esté quedando en un orden poco o nada ortodoxo, he de tratar ahora, alejándonos un tanto de Madame Butterfly, el conjunto de visiones que nos han ido dejando sobre la mujer japonesa las miradas occidentales desde aproximadamente el siglo XVI, que ha sido llamado pomposamente “el siglo cristiano” de Japón. San Francisco Javier y sus compañeros, no solo jesuitas, suponen otra forma de “colonizar” el Imperio del Sol Naciente, el hecho de que se use el término “evangelizar” e incluso de que en principio acudieran allí con las mejores intenciones cristianas no cambia ni el hecho, siempre inevitable, de que éstas se degradaran, ni la profunda incompatibilidad sobre el mismo suelo de dos religiones que tienen como cabezas visibles a dos hombres divinizados, o casi. Las persecuciones y matanzas de cristianos en un momento en que se estaba gestando un Japón unificado eran, por doloroso que sea admitirlo, fruto inevitable de la situación. Hasta qué punto el “cerrojazo” del Japón Tokugawa doscientos años vino determinado por el afán de mantener alejadas las ideas cristianas del país es asunto que se escapa de nuestro tema y merece un estudio serio que dudo mucho alguien quiera hacer. De aquel “siglo cristiano” ha quedado el llamado arte Namban y diversos textos de sacerdotes, así como un puñado de mártires que raramente se recuerdan hoy como San Pablo Miki y sus compañeros de destino.
Sobre el arte Namban prefiero reservarme mi opinión y sobre el aspecto religioso sólo diré que respeto demasiado la vida humana como para no escandalizarme en varios sentidos al tratar este punto. Resulta evidente que para el tema que nos ocupa son las referencias a la condición femenina que nos dejaron los misioneros jesuitas, dominicos y franciscanos. Lamentablemente sus observaciones ya llegan un tanto mediatizadas por el conocimiento de la mujer china. En general no suelen describirlas aunque se menciona su belleza; les interesa más el papel subordinado frente al hombre. Por poner un ejemplo citaremos la obra del jesuita Luis Frois (1532-1597) “Tratado sobre las contradicciones y costumbres entre los europeos y los japoneses” de 1585 en el que dedica el segundo capítulo a la mujer, contraponiéndola a la occidental.
Principios culturales básicos y errores de bulto por ambas partes provocaron las persecuciones y el cierre absoluto de Japón qué sólo podía comerciar con extranjeros en la isla de Deshima o Dejima, frente a Nagasaki (ciudad de nuestra protagonista la llamemos como la llamemos) y tan sólo con chinos y holandeses. La avaricia colonialista occidental y un sistema de gobierno paquidérmico y anquilosado llevaron a Japón a ser abierto a cañonazos; pero si lo que esperaban era algo parecido a lo ocurrido en China, que casi devoraron, se debieron quedar con dos palmos de narices y perdón por el vulgarismo. Japón resultó ser “incolonizable” por diversas causas que no hacen al caso. Quizás fuera esto o su profundo exotismo lo que atrajo a intelectuales de todo tipo a visitar y escribir sobre Japón y también a muchos diletantes que, desgraciadamente, también escribieron.
Mientras esto ocurría en el mundo, en España no existió un interés tan marcado. No es por nada pero menudo siglo llevábamos aquí como para exotismos: 1868 fue el año de la apertura japonesa pero también el de “La Gloriosa” y la expulsión de Isabel II. Por tanto los textos en castellano se deben a autores hispanoamericanos que, por lo general, no prestan demasiada atención a la condición femenina, salvo, como es natural, a las cortesanas y geishas, así como al hecho de la prostitución legal y no vergonzante. Entre los pocos españoles que dejaron testimonio está Francisco de Reynoso, diplomático destinado en Yokohama del 1882 a 1884 y que viene a ser casi la contrafigura de Loti, al menos en el modo en que trata a la mujer japonesa mostrando el alto concepto que tiene de ellas. Harina de otro costal es la opinión de los misioneros de principios del XX pues, reconociendo su papel capital en la sociedad, la descarta como elemento de cristianización. Nunca será fácil para un occidental comprender del todo el mundo religioso japonés.
Resulta sobremanera interesante que la mujer japonesa, especialmente durante el más que peculiar periodo Taisho (1912-1926), ve como la occidentalización le abre todo tipo de puertas incorporándose al mundo laboral. Es importante igualmente destacar que durante el inmediatamente anterior periodo Meiji las geishas cobraran una especial relevancia siendo ellas eje y catalizador de no poca actividad política. Sin duda fue el momento en que la geisha alcanza la categoría de mito, y no sólo en un sentido.
Por un lado la geisha encarnará para el burgués colonialista la sumisión y la entrega perfecta –en una fantasía en esencia igual a la del harem islámico que tanto juego dio a las artes con sus odaliscas, baños turcos y novelerías varias- . Un segundo aspecto es, curiosamente, apenas se menciona antes del japonismo es el de su belleza, algo que la cultura japonesa sabe crear como ninguna. Mezclando ambos conceptos se crea un mito básicamente sexual que ha dado lugar a no pocas confusiones entre geisha y prostituta. El universo de la las geishas no es inmaculado, desde luego, pero sí mucho más complejo que eso y a él habremos de volver con algo más de detenimiento, tanto en la realidad como en el mito.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Madame Butterfly y los ideales femeninos (5)



Intentando responder a las cuestiones que dejamos pendientes en la última entrega de esta, un tanto deslavazada , serie sobre Madame Butterfly tenemos, por fuerza aunque no demasiado, de Loti y su nunca exagerada repercusión social y estética. Lo que viene a resultar un notable alivio, dicho sea de paso.
            En 1891 llega por primera vez a Japón un personaje que nos dará una visión del país y de sus habitantes muy, pero que muy, diferente de la, sin embargo, más perdurable que nos dejó Loti. Hablamos de Amédée Baillot de Guerville (1869–1913), escritor y corresponsal norteamericano pero de profunda formación francesa por familia y por educación,  que viaja a Japón como comisionado especial de la Exposición de Chicago que tendría lugar en 1893; con este cargo fue recibido influyentes del  Japón, incluido el Emperador ( a la sazón Mutsu-Hito, el Emperador de la era Meiji) y su esposa, a pesar de lo cual se esfuerza en conocer y comprender a los japoneses y en ir más allá del decorativismo/exotismo frívolo. Para empezar se da cuenta y aprecia los gigantescos esfuerzos del país como conjunto y del japonés como individuo en el complicadísimo proceso de modernización iniciado con la apertura al mundo en 1868, cuanto más en una cultura sumamente apegada a sus tradiciones y, hasta cierto punto, sustentada por ellas a todos los niveles. Según sus propias palabras supo ver y apreciar en los japoneses ·su bondad, su dulzura, su educación, su inteligencia siempre viva, su energía, su perseverancia y su coraje indomable”. A pesar de que Lafcadio Hear, el gran enamorado de Japón, hasta el punto de hacerse japonés, matizaría algunos de estos adjetivos de forma muy contundente, es evidente la radical diferencia de actitudes entre el sempiterno Loti y Guerville.
            En 1904 Guerville publica “Au Japon” en París. Ya el propio autor afirma el deseo de profundidad en el conocimiento del japonés huyendo de la ya casi ingente proliferación de textos que se quedaban en la superficie o en lo meramente decorativo. Guerville usa diversas historias para ir mostrando ambientes y personajes con un intento más que loable de objetividad dados los tiempos que corrían y la subyacente mentalidad colonial de sus lectores.
            En su obra tiene un capítulo dedica sólo a las mujeres y la condición femenina sin acabar de entender como un pueblo con las cualidades que ve en el japonés sigue considerando a la mujer un ser inferior sin encontrar otra respuesta en sus interlocutores que “así son felices” (es curioso que por aquellos mismos años a los misioneros les llamase la atención la igualdad de la mujer en las herencias, lo que demuestra que la mujer ocupaba y ocupa, una condición especial más que definitivamente inferior en su cultura). Por su parte el autor las considera esposas perfectas con gran cantidad de hijos, trabajadoras y sumamente coquetas: “y por ser tan coqueta es por lo que la japonesa rechaza la idea de vestirse a la europea. Comprende rápidamente que presentaría un aspecto ridículo, que los trajes de París no concordarían mucho con su género de belleza ni su forma de caminar ni de sentarse. Estaría bien para las damas de la corte y de la alta sociedad de Tokyo que tienen palacios amueblados realmente, pero no para las gentiles muñequitas que viven en casas de papel y se sientan en el suelo” (el destacado es mío)
 



            Me gustaría volver más adelante sobre esta cita pero de momento seguimos con Guerville que considera también a la japonesa la mujer más limpia del munfo. En general a los viajeros colonialistas, Kipling por ejemplo, les llama tanto la atención este aspecto que casi parece que les ofende la importancia casi religiosa de la limpieza en Japón. Por contra, Guerville las considera poco pudorosas por los célebres baños comunitarios. Desde luego el concepto japonés del cuerpo debía ser casi imposible de comprender para un hombre educado en la era victoriana, cumbre del falso puritanismo occidental.
            Inevitable es que se trate el asunto de la belleza. Guerville sostiene que “jovencitas son todas guapas, todas gentiles, graciosas, amables,  de encantadoras maneras, alegres y animosas, adoran los vestidos, los colores vistosos, la música, el bullicio, la multitud en las fiestas (…) Las japonesas se marchitan pronto, y una vez marchitas, son generalmente horribles. Sin embargo, deben tener encantos ocultos pues miles de bebés adoran a sus abuelas”. La “acusación” de su pronta decadencia es frase que se escucha, incluso hoy, a mujeres no blancas e incluso a blancas de otras zonas del mundo. En cuanto a lo de las abuelas, en fin, creo que no merece comentario, otro sería el cantar si en lugar de abuelas hubiera escrito “suegras”
            Antes de remontarnos unos siglos atrás para conocer las primeras miradas sobre la mujer japonesa quiero destacar otro capítulo de la obra de Guerville titulado “La verdadera Crisantemo”, en el que nos relata cómo los viajeros con el seso sorbido por la obra de Loti llegaban anhelantes de conocer a la “verdadera Crisantemo”, es decir: aquella muchacha que se casó durante un verano con un marino francés. Los guías tras vencer innumerables reticencias de la dama que, agobiada por tanta visita se había retirado al campo y de cuantos la rodeaban, victoria lograda dejando caer aquí y allá unos pocos –o muchos- billetes, conseguían una breve entrevista con una mujer que “siempre (dice Guerville) es la verdadera Crisantemo pero nunca es las misma”. Cegados por las japonerías que Loti le puso encima, por ese “país de juguete” y por la búsqueda de un ideal perverso, como veremos, confunden la persona con el personaje pagando gustosos por rozar el mito que fue la encarnación de Japón hasta Butterfly. En España tenemos, o hemos tenido hasta hace poco, un asunto parecido existiendo no menos de diez modelos de “La chiquita piconera”, curiosamente y como excepción en este país de pícaros no se industrializó el fenómeno como en Japón, pero el hecho es el mismo aunque a menor escala. Además,  no es lo mismo lo que hubiera escrito un francés –aunque sea Loti- que lo que hubiera escrito un español sobre la chiquita. Nos falta “grandeur” y nos sobra “sentimiento trágico de la vida.