jueves, 11 de marzo de 2021

BIBLIOGRAFIAS 1: NATSUME SOSEKI

 


NATSUME SOSEKI

Esta nueva "sección" en el blog pretende informar sobre los títulos disponibles a día de hoy en castellano. Los que tienen la ficha completa con editorial y demás son aquellos que he leído o manejado de algún modo. Los otros son los que aun no he podido hacerlo. Quizás no le sirva a nadie pero a mí me hubiera resultado una guía muy útil cuando estaba centrado en mis estudios sobre Japón.

No he incluido nada sobre el autor pues hay bastante información en la red a cuatro teclas de aquí así que he preferido aportar algo y no perder el tiempo repitiendo lo que en cualquier página web, blog, prólogo etc, se pude encontrar con faciliadad


-Natsume Soseki: “La herencia del gusto” Ed. Sígueme, Salamanca 2010


-Natsume Soseki: “El caminante” Ed. Satori, Gijón 2011

-Natsume Soseki: “Sueño de la libélula” Ed Satori Gijón 2016

-Natsume Soseki: “Sanshiro” Ed. Impedimenta Salamanca 2013

-Natsume Soseki: “Botchan” Ed. Impedimenta Salamanca 2012

-Natsume Soseki: “Los sueños de diez noches”. Ed. José Olañeta, Barcelona 2017

-Natsume Soseki: “Más allá del equinoccio de primavera” Ed Impedimenta Salamanca 2018

-Natsume Soseki: “Tintes del cielo” Ed Satori Gijón 2013

-Natsume Soseki: “Mi individualismo y otros ensayos” Ed Satori Gijón 2017

-Natsume Sôseki: “El minero” Ed. Impedimenta Salamanca 2016

-Natsume Sôseki: “Luz y oscuridad”, Ed. Impedimenta Salamanca 2013

-Natsume Sôseki: “Kokoro” Ed. Impedimenta Salamanca 2014

-Natsume Sôseki: "Môn (La puerta)", Ed: Miraguano, Colec: Libros de los malos tiempos nº 39.. Madrid 1.991. 221 p. Traduc: José Kozer

-Natsune, Sôseki.: ”Yo, el gato”, Ed. Trotta/Unesco, Colec: Pliegos de Oriente, Madrid 1.999

-Natsune, Sôseki.: “Las hierbas del camino”

-Natsune, Sôseki.: “Diario de la bicicleta precedido de carta de Londres”

-Natsune, Sôseki.: “Misceláneas primaverales”

-Natsune, Sôseki.: “Kusamakura: almohada de hierbas”

-Natsune, Sôseki.: “Haikus zen: poemas y cartas”

-Natsune, Sôseki.: “El gorrión de Java”

-Natsune, Sôseki.: “La tumba del gato y otros relatos”

-Natsune, Sôseki.: “Daisuke”

lunes, 8 de marzo de 2021

¡¡¡AVALANCHA!!!

Obra de Uemura Shoko

Tras una larguísima ausencia por mil causas no siempre ajenas a mi relación amor/odio por la cultura japonesa pero que también tiene que ver con crisis personales, sanitarias (físicas y mentales pues ando en los últimos años peleando con una depresión de larga duración a la que voy venciendo) y algunas cosillas más como la Pandemia, el estado de confusión social general que nos crean las voces estúpidas bramando tonterías desde las esferas de poder y los medios de comunicación. En fin, lo que todos sabemos. Tras esta ausencia he decidido volver a retomar el blog con calma y procurando aportar algo. He de decir que no es fácil aportar algo a un tema que lleva ya unos cuantos años de moda. Por que esto es así, la cultura va por modas. Un ejemplo: no hay una sola biografía sin descatalogar de Isabel de Inglaterra, la virgen, no la actual. Es urgente una serie de televisión para que saquen una biografía de tan ilustre personaje. 
En este tiempo ni siquiera he leído nada sobre Japón, aunque no he perdido de vista, o al menos lo he intentado, las novedades editoriales. De ahí el título de la entrada. Hoy por hoy es inabarcable a un ritmo de lectura normal mantener el ritmo tan solo de lo que se publica de literatura japonesa, no hablemos ya del conjunto (historia, arte, aunque en menor grado) Una auténtica avalancha. muy  saludable sin duda para los estudiosos y para quienes se acerquen al tema (cuando yo empecé había dos títulos en castellano) y.... no precisamente maravillosos, como una edición del Genji Monogatari en unas cien páginas o alguna más creo recordar. Así que en esta reentré me lo voy a tomar con calma y desde luego con una visión más crítica y menos académica de lo que he venido haciendo hasta ahora. 
Una de las ideas que creo pueden ser de utilidad es mantener la actualidad de las ediciones aunque sólo sea a título informativo. Así como bibliografia en castellano de autores o temas más o menos concretos. Digamos que el Japón que voy a mirar a partir de aquí es otro muy distinto del que venía haciendo y mucho menos complaciente. 
Sin embargo, no quiero cerrar esta entrada sin destacar la enorme labor que están haciendo editoriales como Satori o Quaterni para producir esta avalancha siempre estimulante. Ojalá cuando empecé mis estudios sobre Japón hubiera encontrado una décima parte de lo que ellas han aportado ya. No son las únicas, ni mucho menos, pero sí, quizás, las más prolíficas. En el fondo tengo la vanidad de esperar que este humilde .-no por voluntad de humildad- blog pueda ayudar a alguien a entender más ese fenómeno que es la cultura japonesa. 

martes, 21 de mayo de 2019

Soga Monogatari


“Soga Monogatari" o “La historia de los hermanos Soga”, Ed. Trotta, Madrid 2012

Preciosa edición de un clásico de la literatura japonesa en un doble sentido: el literario y el de la memoria común. Literariamente pertenece al género llamado Gunki monogatari (Historias de los hechos heróicos”) desarrollado en el s. XIII tras la caída de los Taira. Yo lo calificaría  como hermano menor del “Heike monogatari”, bastante lejos de su calidad. Sin embargo, sociológicamente, los hermanos Soga son un referente constante en múltiples manifestaciones culturales japonesas (tatuajes, como ejemplo inesperado), y no es de extrañar pues trata de un tema muy valorado: la obligación de la venganza. Dos niños desde los cinco y tres años están condenados a vengar a su padre y, por tanto, condenados. Minamoto Yoritomo, vencedor, exterminó a algunos clanes enemigos con especial interés en que no quedara ni un solo niño pues su propio clan había sido exterminado pero se respetaron a los niños: al propio Yoritomo y al espejo de samuraris Minamoto Yoshitsune. De tan débil brote él consiguió acabar con todo un sistema político por tanto sabe lo peligrosos que son los niños. Yoritomo no perdona la vida a los niños sino que pospone su ejecución. Hay pues una especie de “pathos” en la historia así como aparecen una serie de valores que se estaban imponiendo, el amidismo es un buen ejemplo. La historia acaba como es de esperar: cumplen su venganza y mueren uno en combate y el otro ejecutado.
Si comparamos Soga Monogatari con Chusingura (Los cuarenta y siete leales de la casa de Asano, más comúnmente conocidos como “Los cuarenta y siete ronin”) vemos claramente que ambos reflejan dos grandes quiebros de la historia japonesa: el ascenso del poder militar por encima de cualquier legislación y su caída al someterse a la ley los cuarenta y siete. Ambos con un mismo eje: la postergación de la venganza.
En esta edición (única en castellano que yo sepa) quizás lo más interesante sea la introducción de Carlos Rubio que contextualiza la obra ampliamente en todos sus aspectos haciendo un análisis esclarecedor. Otro tanto se puede decir de las notas a pie de página (tan olvidadas en textos fundamentales como este) que no sólo son útiles sino que reflejan una admirable erudición.
Como lector la obra en sí no es precisamente apasionante pues se resiente demasiado de un sentimentalismo empalagoso y un tanto forzado, acorde sin duda con los gustos de los oyentes a quien va dirigida. Aun así compensa de sobra con la atención a las costumbres y usos –las cacerías, por ejemplo- y a la expresión de los sentimientos.
Los hermanos Soga a caballo, obra de finales del XIX, la importancia de su gesta aun dura.

martes, 2 de abril de 2019

HABLEMOS DE ZEN (1)


Hasta hace unos cuantos años la influencia del Zen en toda la cultura japonesa se consideraba incuestionable y prácticamente definitoria de las artes y las formas culturales, idea a la que contribuyeron no poco las obras del Dr. Suzuki, que dio a conocer o por mejor decir puso al alcance de occidente, de la analítica mente occidental, la “mecánica” (a falta de mejor nombre) del pensamiento zen. Hoy día no se considera el Zen tan absolutamente determinante como hace un tiempo y se valoran junto a él otras líneas de pensamiento tanto político, como social, como y aquí es donde nos centraremos siempre, estético. Cierto es también que el concepto “zen” ha sido degradado en occidente y cuando vemos algo vacío, escueto no dudamos en emplear la palabra “zen” con demasiada alegría pues en muchas ocasiones lo que tenemos delante no es sino pobreza de ideas enmascarada. Fenómeno que se está imponiendo en estas décadas del siglo en todos los aspectos.
Con todas las salvedades que el tema exige y que los eruditos hayan ido destapando creo firmemente que desde luego el Zen no es el único pilar de la mente y las artes japonesas pero sí uno de los fundamentales. Al afirmar esto y aunque ni sea yo el primero en decirlo ni suponga nada nuevo quizás no nos damos cuenta de la importancia que esto tiene en una cultura como la japonesa, muy especialmente en el aspecto religioso y espiritual pues quizás nos encontremos ante una de las culturas más sincréticas en este plano. Al mismo tiempo conviven y, lo que es más importante, se funden, confucianismo, Zen, Shintoismo (con la enorme variedad de cultos y tradiciones que conlleva) y budismo en muchas y diversas escuelas que no viene a qué enumerar siquiera someramente. Decir pues que el Zen es uno de los pilares fundamentales es poner mucho peso en él.
Desde el punto de vista estético, que es el que va a centrar nuestro interés, el Zen no sólo tiene manifestaciones propias, pocas, sino que, sobre todo, “perfuma” todas las artes incluso aquellas de las que parece más alejado siendo por tanto determinante tener una ligera idea de qué estamos hablando al hablar de Zen cuando nos ponemos ante el hecho estético japonés. Eso nos lleva directamente a la gran pregunta: ¿Qué es el Zen?
Y aquí se podría cerrar el debate y todas las siguientes entradas. Con ¿Qué es el zen? Hemos tropezado y caído de bruces mordiendo el polvo. Menos vulgarmente: a esa pregunta se han  dedicados siglos de estudios y de intentos. Por supuesto, occidente no tardó nada en descalificarlo como una especie de galimatías de adivino de feria y ha costado mucho tiempo que se le saque de esa casilla, incluso diría que las mentes más integristas del cristianismo (y quizás debiera decir monoteísmo y filosóficas grecolatinas) siguen aferradas a ese punto de vista.
Por definición el Zen es indefinible. Hala, a usar nuestro cerebro analítico para descifrar esto, ya podemos hacerlo ya, no llegaremos a ninguna parte. Digamos que cuando se descartan todas las definiciones posibles e imposibles del Zen, lo que queda, eso es el Zen. Pero recordemos que sigue siendo indefinible e inefable por naturaleza luego lo que yo diga tampoco es el Zen. Se dice que se confunde el dedo que señala la luna con la luna misma y cuando miramos desde nuestra mente occidental confundimos el hablar del dedo con el dedo y a éste con la luna. ¿Complejo? Mucho o todo lo contrario. Alguien dijo “que difícil y al mismo tiempo que fácil es el Zen”
No es una religión pues no tiene textos propios ni dogmas ni iconografía, no es una filosofía puesto que se aparta de todo desarrollo lógico (con lo que nuestras ideas cartesianas deberían empezar a bailar la conga para hacerse a la idea de que han de apartarse para dejar espacio pero ¿occidente sin un proceso racional y lógico? Imposible. Sin embargo, hemos de aparcar esa actitud que nos es propia si queremos acercarnos ligeramente al Zen.
Quizás por qué la palabra es el peor de los vehículos para enseñar o trasmitir el Zen y por tanto nos aleja de nuestro principal medio de comunicación lo que quede más cerca de poder trasmitir el Zen sea la actitud estética. El arte zen es la mejor forma de iniciar una leve aproximación al pensamiento zen, pero no todas las artes japonesas son zen, no todas están imbuidas del espíritu zen. Diferenciación estética difícil pues lo es separar lo que es la elegancia y la sobriedad del sumi-e de la sobriedad a veces un tanto recia de la pintura en tinta inspirada por el Zen. Ni tampoco quiero decir con esto que lo que encontramos en las artes sea el Zen.
A la eterna pregunta de ¿Qué es el Zen? Para la que las mentes occidentales necesitamos urgentemente una respuesta siempre me he aventurado (a sabiendas de que tampoco es eso) a decir que es una determinada manera de mirar el mundo, el universo. Una manera desde luego peculiar, precisamente por no serlo.
Entre las muchas cosas que el Zen no es y me interesa especialmente recalcarlo pues el uso que se da es bastante traicionero es una forma de plantear el combate, la lucha o cosa parecida. Desde luego esta relación tiene una cierta base histórica, que no lo convierte en el arte de machacar a patadas a tu rival.
La mencionada base histórica arranca del s. XII. Hasta ese momento (y que me perdonen las potencias protectoras de la historia una síntesis tan brutal) el gobierno del imperio japonés tenía su sede en Heian, actual Kyoto, y lo ejercía una alta aristocracia basada en propiedades territoriales que no administraban ellos sino que dejaban de encargados a sus subordinados, entre ellos a los hombres armados pues no eran infrecuentes los enfrentamientos. La aristocracia Heian vivía en sus palacios de la capital dedicada a la galantería, la poesía, sí, también a las armas pero más a la manera de torneo medieval que como temas de guerra. Heian era una maravillosa telaraña de plata con toda la delicadeza posible que nos dejó su muestra más egregia en el soberbio “Genji monogatari” de la dama Murasaki Shikibu cuya lectura es imprescindible para quien quiera acercarse a Japón. No sigamos por la vía estética sino que detengámonos en la vida religiosa. La capital, rodeada de monasterios de diversas sectas budistas tenía por tanto una intensa vida espiritual budista, pero todas las escuelas que predominaban en el momento exigían para la salvación un profundo conocimiento intelectual lo que alejaba a casi todo el mundo de ellas.
La historia es un eterno retorno y ocurrió lo que tantas veces ha ocurrido y volverá a ocurrir. La lejanía y despreocupación de los aristócratas propietarios hizo que los “chicos de la casa” (creo recordar que esa es la primera lectura de “bushi”) se fueran haciendo fuertes y controlando el poder de esos feudos. Precisamente en esos momentos cobra fuerza el budismo zen que, contrariamente a las demás ramas del budismo, no requería conocimientos intelectuales, el bushi si algo no era, era culto con lo que el pensamiento directo no intelectual del Zen legitimaba su lado religioso. De ahí que se relacione casi de forma exclusiva el Zen con los guerreros y con las artes marciales. Armados, preparados y legitimados los chicos de la casa se rebelan y acaban con el sistema aristocrático quedando todo el poder en sus manos aunque, digamos que “a la japonesa” la cultura que nunca rompe con nada por mucho que cambie todo. Las sucesivas guerras que llevaron a la caída del sistema aristocrático son relatadas en el monumental y también imprescindible “Heike Monogatari”. Se inicia la edad media japonesa cuando los samuráis, termino vulgar de “bushi”, alcanzan su mayor esplendor.
Una vez medianamente centrado en la historia es hora de empezar a hablar de Zen pues como cabe comprender con facilidad no es una margarita que aparece de un día para otro sino una de las ramas del budismo primigenio aunque con matices y diferentes nombres. Creo que para una primera entrada sobre el tema ya es más que suficiente. Y recordemos que nada de lo dicho es Zen, ni deja de serlo.

viernes, 15 de marzo de 2019

SAYAKA MURATA: “LA DEPENDIENTA”


               De unos años acá se habla mucho, y con razón, del terror japonés principalmente en el cine. Reconozco, admiro y disfruto esa vuelta de tuerca que supone lo que podríamos llamar “terror oriental” pues no sólo está implicado Japón sino todo el sudeste continental del Sur que no es precisamente sudeste. Sin embargo, nadie menciona que el terror japonés hay que buscarlo, mejor dicho, nos lo encontramos a pesar nuestro, en obras que no parecen del género, que seguramente no han sido pensadas como tales pero cuya lectura pone los pelos de punta. El caso de “El embarazo de mi hermana” de Yoko Ogawa es un claro ejemplo, las novelas de Murakami, otro, al menos en parte.

               “La dependienta” sigue en esa línea, aunque no para todos los lectores ni tampoco quiero decir que siga la estela de nadie o imite sino que, al menos para mí, continúa en esa especie de subgénero de “terrorífico no terror”. Desde las primeras páginas la autora nos sumerge en un universo unipersonal –el de la protagonista- a contramano del universo unidimensional que es el que se percibe fuera de ella. Ambos son delirantes y corrientes, tranquilizadores y claustrofóbicos, liberadores y opresores a la vez (de ahí el terror, desde mi punto de vista), cercanos a todos, conocidos por todos pero conocidos como ese camino estrecho al borde del abismo que llevamos recorriendo toda la vida: un paso el falso y se acabó. Sin querer desmerecer las críticas no creo que ninguno de los adjetivos que le dedican la refleje. Hay que leerla olvidándolos.

               En la narración, más bien corta y de fácil lectura, se refleja la actitud que denominan de “inadaptada” en una sociedad acomodaticia de “inadaptados” interpretando. A la ya angustiosa trama –no por lo que cuenta sino por la naturalidad, la soltura con que lo cuenta- la autora suma pequeñas (permítaseme la expresión) “puñaladas traperas” de un modo igualmente natural que, por eso mismo, nos estremecen con ese terror profundo. Citaré sólo dos ejemplos:

“El bebé rompió a llorar. Mi hermana lo cogió en brazos rápidamente y lo acunó para calmarlo.

   Miré el pequeño cuchillo que había utilizado para cortar la tarta: si de lo que se trataba era de tranquilizarlo, no sería tan difícil (p. 65-66)”
 
“[….]No perpetuéis vuestra genética es el mayor favor que le podéis hacer a la humanidad [] Vuestra genética defectuosa es un lastre que debéis arrastrar solos durante el resto de vuestras vidas. Cuando muráis lleváosla al cielo y procurad que no quede ni rastro de ella en este mundo” p. 152

               Ambas ideas por igual de destructivas y aterradoras, se enmarquen en el contexto que se quiera y, además, vagamente conocidas.

               Desde luego es una novela que vale la pena leer pero sin ir condicionados pues parece que nadie ve lo mismo en ella o más bien que cada quien ve lo que quiere ver en ella.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

OKUZA KANAME O LA MUJER TORTURADA

 He querido encabezar con esta imagen pues es la labor de un tatuador sobre el cuerpo sometido de una mujer especialmente desnuda, algo infrecuente.
Ante todo he de decir que desde mi humilde y leal saber y entender la obra de Okuza Kaname es, al igual que otros ejemplos que hemos visto, una elaborada y demasiado fácil de pasar por alto unión de las culturas y formas occidental y japonesa.
Unos pocos datos que nunca están de más pero que tampoco, creo, nos van a ayudar a admirar más las obras de este autor. Nacido en Nigata en 1939 fue educado en el arte pictórico por su tío Sakai Soushi y pronto dominó además el arte del tatuaje llamado irezumi, al punto de ser referencia e inspiración de otros muchos artistas, muy especialmente de Horiyoshi III. Se da el caso de que clientes tatuados por éste con temas basados en Okuza posaron para nuevas obras de éste. De hecho su libro de 1995 es una referencia para los tatuadores de irezumi actualmente. El gran logro del autor es haber sacado a la cultura popular tatuajes incluso en postales y puzles dado el estigma que tiene el tatuaje como subcultura bastante marginal (como hasta hace bien poco en Occidente) Murió en 2011. Hasta aquí lo que tenemos que nos puede interesar de su trayectoria.
Amarrada y azotada la expresión de la figura esta tan lejos del dolor como del placer, tan lejos del desnudo por sus tatuajes como de las vestimentas tradicionales, incluso lejos de la violencia que sufre.
El tema por que nos fascina el autor y que le ha dado fama tan universal como puede serlo es la mujer. Hasta aquí nada novedoso pero sus mujeres son bellas damas, creo que más ajustadas a cánones occidentales que japoneses, torturadas, atadas, violadas, abusadas, sometidas al sublime arte del Shibari o las más horrendas aberraciones. Al dominio de la imagen de la mujer Okuza añade el del arte dl tatuaje y sus mujeres aparecen siempre tatuadas con temas más o menos reconocibles pero siempre dentro de la tradición japonesa.
 


El exquisito cuerpo desnudo (con algo en su postura de San Sebastián) sufre la cercanía a su sexo del filo del sable y los azotes a sus pechos con apenas un entrecejo fruncido, más pendiente del sable que del dolor. El valor a nivel simbólico del sable como falo no puede quedar fuera de nuestra visión de conjunto, al igual que esos pequeños trozos de tela, que están pero no cubren.
 No es así su dibujo, que no puede estar más lejos de las imágenes eróticas tradicionales de tintas planas y demás, es un dibujo muy occidentalizado con una clara tendencia al desnudo, casi intocado en la tradición japonesa. Clara tendencia, que no desnudo per se. Si nos fijamos vemos que sin ser un absoluto, muy a menudo aparecen telas que no cubren pero que recogen ese gusto por las vestimentas como rasgo esencial de las obras eróticas japonesas.
Casi percibimos la cercanía de la muerte pero la imagen es serena, no se revuelve, no se resiste, parece contemplar como el agua se le va acercando. Los pequeños juncos del fondo, perdidos en la niebla dan profundidad y también un marco de naturaleza que resulta casi imprescindible a las artes japonesas
 Sus imágenes son crueles, más allá incluso del sadismo vulgar y convencional del látigo y los azotes. Las hojas de cuchillos y sables, por supuesto las ataduras complejas, situaciones extremas como la cercanía al ahogamiento de la imagen superior o, mucho más a menudo, la exposición al frío en paisajes nevados apenas insinuados pero que no admiten dudas,  incluso la cercanía del fuego aparece como amenaza. Esas mujeres indefensas, objetualizadas si queremos, no parecen ni intentar rebelarse sino que se entregan al dolor y al sufrimiento como a la embriaguez. Sin duda la crueldad refinada y mental que presentan es muy superior a la que sugiere el Divino Marqués, por ejemplo.
Este ejemplo es sin duda el más cercano a la tradición del shunga. La postura, las telas que aquí se funden con los tatuajes para cubrir las pieles y casi las expresiones vienen de allí, sólo le aleja el tronco desnudo sin paliativos de la mujer y sus ataduras, a las que, si se me permite una interpretación un tanto literaria se ha entregado de buen grado, al menos aquí.
 
 Torturas crueles con dudosos finales pero que en ningún momento dejan de ser exquisitas, las torturas y las obras, con un sublime punto de abandono. Cualquier relato o ilustración occidental resaltará los gritos, los quejidos y las súplicas de las victimas. Ante las obras de Okuza no oímos sino el respirar más o menos agitado de la mujer, el caer de la nieve y, en los casos en que aparecen sus agresores, las brutalidades de ellos.
Brutalmente violada parece haber renunciado a toda resistencia, los restos de la misma y el gesto agónico nos muestran, sin hacerlo, lo ocurrido y con el indefinible arte de sugerir tan japonés un erotismo poco limpio del espectador mientras las peonías y las cuerdas visten su cuerpo.
 Occidentales son las largas melenas agitadas, revueltas, los grandes senos (elemento de la anatomía femenina a la que los cánones estéticos japoneses no parecen dar importancia). Japonesa es la ausencia de miembros masculinos y, por tanto, de esas desmesuras que aparecen entre sedas en la pintura tradicional erótica. Quizás lo más cercano a estas representaciones no haya que buscarlo en temas sexuales de la tradición sino en el horror de los infiernos budistas, al menos conceptualmente.
Poco o mucho hay que decir de esta imagen en la que la naturaleza cobra especial fuerza y que parece estar contándonos una historia de amor larga, cruel y como toda historia de amor que se precie, trágica.
 Desnuda pero casi vestida, por las escasas telas que aparecen pero sobre todo por los tatuajes y muy frecuentemente por elementos naturales que no cubren su cuerpo pero visten el conjunto y lo entroncan con la tradición japonesa de integración con la naturaleza, con la veneración de hasta el más mínimo elemento de la misma que se llega a convertir en algo fundamental en cualquiera de las artes japonesas.
Abandonada y expuesta en su límpida desnudez, dibujando con su cuerpo curvas y contracurvas propias del shibari, con su sexo descaradamente expuesto y su tatuaje en espalda y hombros, esta belleza está condenada a la congelación, o eso sugiere, y, sin embargo,  en perfecta compensación con la línea que traza el tatuaje, unas cuantas flores rojas aparecen entre la nieve. Es la propia naturaleza la que viste y cierra esta composición basada en diagonales paralelas (rama, vientre, tatuaje y flores).
Imágenes de una perversión perturbadora, provocadora, que lleva el erotismo por caminos que occidente apenas logra intuir y percibir. Un verdadero placer para los sentidos y para los amantes de los laberintos del erotismo y la sexualidad un tanto oscuros.

sábado, 8 de septiembre de 2018

GENGOROH TAGAME

 
En la ultima entrada hablé de este autor como una muestra de la forma de entrecomillas, fusión, cierro comillas, entre Japón y occidente en el tratamiento gráfico de temas más o menos universales. Evidentemente, eso es innegable, que el tema en que reina Gengoroh Tagame es el porno sado homosexual, pero no es excluyente. Si el otro día puse el punto de vista exclusivamente en ejemplos claramente sexuales hoy quisiera, sin apartarme de ellos (aunque lo intentara) echar una ojeada a ejemplos más concretos y específicos. Aunque no sé si sabré expresarme en condiciones. 
 La obra con la que se encabeza esta entrada es un tema evidentemente erótico pero con cierto toque cómico. Representa el "uso sexual" de dos tengú, seres legendarios que se caracterizan por su gran nariz roja que, evidentemente están usando para otros fines. El tratamiento es occidental, nada de tintas planas etc pero no el tema, nada hay más japonés que un tengú, sobre todo si tenemos en cuenta que ellos fueron quienes adiestraron a Minamoto Yoshitsune (espejo de caballeros) durante el tiempo que permaneció recluido en un monasterio de jovencito antes de convertirse en mano derecha de su hermano mayor Minamoto Yoritomo. Hay ocasionalmente referencias a que en los monasterios las labores de los novicios iban un poco más allá de lo que cabría esperar, cierto que teniendo en cuenta la situación muy a menudo los monjes tenían que tener una férrea formación bélica, vamos que quizás no estuvieran en el monasterio por vocación religiosa. La ilustración, sugiere, por lo menos me sugiere a mí que los tengú también se cobraban sus enseñanzas en especie, si se me permite la grosería que no es tanta cuando la sexualidad en Japón fue muy libre hasta que llego la Santa Occidentalización, y el gozo se hizo pecado.
En la segunda imagen el autor ha jugado de un modo bastante provocador con el viejo arte del tatuaje japonés representando lo que siempre ha sido una Deesis (Jesús crucificado con Maria y San Juan) en un peculiar rompimiento de gloria con carpas por los cielos. El tanto ensangrentado y semioculto delata que el crsitianismo de la imagen no es sino superficial y también en cierto sentido el aspecto occidental del dibujo. El resultado, en mi opinión es espectacular.

La tercera imagen es "inequívocamente japonesa", prácticamente es la versión perversa de "El sueño de la mujer del pescador" de Hokusai, si allí con la técnica de la estampa de su tiempo abordaba la violación´, más o menos. de una bella mujer por un pulpo, aquí nos muestra a uno de los tiarrones característicos de su autor en posición muy semejante, dibujado totalmente a la occidental que está siendo castrado por un cangrejo mientras está atado con un alga. El tema universal del terror a la castración, la constante japonesa de los animales marinos, para bien y para mal, el desnudo sin reparos occidental, las algas amarrándole vuelve el mundo marino y, finalmente, el tamaño normalito de su sexo ajeno a los despropósitos gigantescos del shunga, e incluso a algunos otros ejemplos del propio autor, nos están hablando de una muy peculiar manera de unir ambos mundos a nivel comic, manga o ilustración, como queramos llamarlo.
He mencionado que los temas centrales del autor son la homosexualidad dentro del sadismo pero no es un tema exclusivo pues si no estoy mal informado, algo que siempre es posible, ha creado un personaje cuyas historias tienen poco que ver con todo lo que vengo diciendo, tanto en técnica como en asunto. Ni siquiera hace falta comentar nada viendo la imagen: