viernes, 15 de marzo de 2019

SAYAKA MURATA: “LA DEPENDIENTA”


               De unos años acá se habla mucho, y con razón, del terror japonés principalmente en el cine. Reconozco, admiro y disfruto esa vuelta de tuerca que supone lo que podríamos llamar “terror oriental” pues no sólo está implicado Japón sino todo el sudeste continental del Sur que no es precisamente sudeste. Sin embargo, nadie menciona que el terror japonés hay que buscarlo, mejor dicho, nos lo encontramos a pesar nuestro, en obras que no parecen del género, que seguramente no han sido pensadas como tales pero cuya lectura pone los pelos de punta. El caso de “El embarazo de mi hermana” de Yoko Ogawa es un claro ejemplo, las novelas de Murakami, otro, al menos en parte.

               “La dependienta” sigue en esa línea, aunque no para todos los lectores ni tampoco quiero decir que siga la estela de nadie o imite sino que, al menos para mí, continúa en esa especie de subgénero de “terrorífico no terror”. Desde las primeras páginas la autora nos sumerge en un universo unipersonal –el de la protagonista- a contramano del universo unidimensional que es el que se percibe fuera de ella. Ambos son delirantes y corrientes, tranquilizadores y claustrofóbicos, liberadores y opresores a la vez (de ahí el terror, desde mi punto de vista), cercanos a todos, conocidos por todos pero conocidos como ese camino estrecho al borde del abismo que llevamos recorriendo toda la vida: un paso el falso y se acabó. Sin querer desmerecer las críticas no creo que ninguno de los adjetivos que le dedican la refleje. Hay que leerla olvidándolos.

               En la narración, más bien corta y de fácil lectura, se refleja la actitud que denominan de “inadaptada” en una sociedad acomodaticia de “inadaptados” interpretando. A la ya angustiosa trama –no por lo que cuenta sino por la naturalidad, la soltura con que lo cuenta- la autora suma pequeñas (permítaseme la expresión) “puñaladas traperas” de un modo igualmente natural que, por eso mismo, nos estremecen con ese terror profundo. Citaré sólo dos ejemplos:

“El bebé rompió a llorar. Mi hermana lo cogió en brazos rápidamente y lo acunó para calmarlo.

   Miré el pequeño cuchillo que había utilizado para cortar la tarta: si de lo que se trataba era de tranquilizarlo, no sería tan difícil (p. 65-66)”
 
“[….]No perpetuéis vuestra genética es el mayor favor que le podéis hacer a la humanidad [] Vuestra genética defectuosa es un lastre que debéis arrastrar solos durante el resto de vuestras vidas. Cuando muráis lleváosla al cielo y procurad que no quede ni rastro de ella en este mundo” p. 152

               Ambas ideas por igual de destructivas y aterradoras, se enmarquen en el contexto que se quiera y, además, vagamente conocidas.

               Desde luego es una novela que vale la pena leer pero sin ir condicionados pues parece que nadie ve lo mismo en ella o más bien que cada quien ve lo que quiere ver en ella.

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