De unos años acá se habla mucho,
y con razón, del terror japonés principalmente en el cine. Reconozco, admiro y
disfruto esa vuelta de tuerca que supone lo que podríamos llamar “terror
oriental” pues no sólo está implicado Japón sino todo el sudeste continental
del Sur que no es precisamente sudeste. Sin embargo, nadie menciona que el
terror japonés hay que buscarlo, mejor dicho, nos lo encontramos a pesar
nuestro, en obras que no parecen del género, que seguramente no han sido
pensadas como tales pero cuya lectura pone los pelos de punta. El caso de “El
embarazo de mi hermana” de Yoko Ogawa es un claro ejemplo, las novelas de
Murakami, otro, al menos en parte.
“La dependienta” sigue en esa
línea, aunque no para todos los lectores ni tampoco quiero decir que siga la
estela de nadie o imite sino que, al menos para mí, continúa en esa especie de subgénero
de “terrorífico no terror”. Desde las primeras páginas la autora nos sumerge en
un universo unipersonal –el de la protagonista- a contramano del universo
unidimensional que es el que se percibe fuera de ella. Ambos son delirantes y
corrientes, tranquilizadores y claustrofóbicos, liberadores y opresores a la
vez (de ahí el terror, desde mi punto de vista), cercanos a todos, conocidos
por todos pero conocidos como ese camino estrecho al borde del abismo que
llevamos recorriendo toda la vida: un paso el falso y se acabó. Sin querer
desmerecer las críticas no creo que ninguno de los adjetivos que le dedican la
refleje. Hay que leerla olvidándolos.
En la narración, más bien corta y
de fácil lectura, se refleja la actitud que denominan de “inadaptada” en una
sociedad acomodaticia de “inadaptados” interpretando. A la ya angustiosa trama –no
por lo que cuenta sino por la naturalidad, la soltura con que lo cuenta- la
autora suma pequeñas (permítaseme la expresión) “puñaladas traperas” de un modo
igualmente natural que, por eso mismo, nos estremecen con ese terror profundo.
Citaré sólo dos ejemplos:
“El bebé rompió a llorar. Mi hermana
lo cogió en brazos rápidamente y lo acunó para calmarlo.
Miré
el pequeño cuchillo que había utilizado para cortar la tarta: si de lo que se
trataba era de tranquilizarlo, no sería tan difícil (p. 65-66)”
“[….]No perpetuéis vuestra genética es el mayor favor que le podéis hacer a la humanidad [] Vuestra genética defectuosa es un lastre que debéis arrastrar solos durante el resto de vuestras vidas. Cuando muráis lleváosla al cielo y procurad que no quede ni rastro de ella en este mundo” p. 152
Ambas ideas por igual de
destructivas y aterradoras, se enmarquen en el contexto que se quiera y,
además, vagamente conocidas.
Desde luego es una novela que
vale la pena leer pero sin ir condicionados pues parece que nadie ve lo mismo
en ella o más bien que cada quien ve lo que quiere ver en ella.
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