Hasta hace unos
cuantos años la influencia del Zen en toda la cultura japonesa se consideraba
incuestionable y prácticamente definitoria de las artes y las formas
culturales, idea a la que contribuyeron no poco las obras del Dr. Suzuki, que
dio a conocer o por mejor decir puso al alcance de occidente, de la analítica
mente occidental, la “mecánica” (a falta de mejor nombre) del pensamiento zen.
Hoy día no se considera el Zen tan absolutamente determinante como hace un
tiempo y se valoran junto a él otras líneas de pensamiento tanto político, como
social, como y aquí es donde nos centraremos siempre, estético. Cierto es
también que el concepto “zen” ha sido degradado en occidente y cuando vemos
algo vacío, escueto no dudamos en emplear la palabra “zen” con demasiada
alegría pues en muchas ocasiones lo que tenemos delante no es sino pobreza de
ideas enmascarada. Fenómeno que se está imponiendo en estas décadas del siglo
en todos los aspectos.
Con todas las
salvedades que el tema exige y que los eruditos hayan ido destapando creo
firmemente que desde luego el Zen no es el único pilar de la mente y las artes
japonesas pero sí uno de los fundamentales. Al afirmar esto y aunque ni sea yo
el primero en decirlo ni suponga nada nuevo quizás no nos damos cuenta de la
importancia que esto tiene en una cultura como la japonesa, muy especialmente
en el aspecto religioso y espiritual pues quizás nos encontremos ante una de las
culturas más sincréticas en este plano. Al mismo tiempo conviven y, lo que es
más importante, se funden, confucianismo, Zen, Shintoismo (con la enorme
variedad de cultos y tradiciones que conlleva) y budismo en muchas y diversas
escuelas que no viene a qué enumerar siquiera someramente. Decir pues que el
Zen es uno de los pilares fundamentales es poner mucho peso en él.
Desde el punto de
vista estético, que es el que va a centrar nuestro interés, el Zen no sólo
tiene manifestaciones propias, pocas, sino que, sobre todo, “perfuma” todas las
artes incluso aquellas de las que parece más alejado siendo por tanto
determinante tener una ligera idea de qué estamos hablando al hablar de Zen
cuando nos ponemos ante el hecho estético japonés. Eso nos lleva directamente a
la gran pregunta: ¿Qué es el Zen?
Y aquí se podría
cerrar el debate y todas las siguientes entradas. Con ¿Qué es el zen? Hemos tropezado
y caído de bruces mordiendo el polvo. Menos vulgarmente: a esa pregunta se
han dedicados siglos de estudios y de
intentos. Por supuesto, occidente no tardó nada en descalificarlo como una
especie de galimatías de adivino de feria y ha costado mucho tiempo que se le
saque de esa casilla, incluso diría que las mentes más integristas del
cristianismo (y quizás debiera decir monoteísmo y filosóficas grecolatinas)
siguen aferradas a ese punto de vista.
Por definición el
Zen es indefinible. Hala, a usar nuestro cerebro analítico para descifrar esto,
ya podemos hacerlo ya, no llegaremos a ninguna parte. Digamos que cuando se
descartan todas las definiciones posibles e imposibles del Zen, lo que queda,
eso es el Zen. Pero recordemos que sigue siendo indefinible e inefable por
naturaleza luego lo que yo diga tampoco es el Zen. Se dice que se confunde el
dedo que señala la luna con la luna misma y cuando miramos desde nuestra mente
occidental confundimos el hablar del dedo con el dedo y a éste con la luna.
¿Complejo? Mucho o todo lo contrario. Alguien dijo “que difícil y al mismo
tiempo que fácil es el Zen”
No es una religión
pues no tiene textos propios ni dogmas ni iconografía, no es una filosofía
puesto que se aparta de todo desarrollo lógico (con lo que nuestras ideas
cartesianas deberían empezar a bailar la conga para hacerse a la idea de que
han de apartarse para dejar espacio pero ¿occidente sin un proceso racional y
lógico? Imposible. Sin embargo, hemos de aparcar esa actitud que nos es propia
si queremos acercarnos ligeramente al Zen.
Quizás por qué la
palabra es el peor de los vehículos para enseñar o trasmitir el Zen y por tanto
nos aleja de nuestro principal medio de comunicación lo que quede más cerca de
poder trasmitir el Zen sea la actitud estética. El arte zen es la mejor forma
de iniciar una leve aproximación al pensamiento zen, pero no todas las artes
japonesas son zen, no todas están imbuidas del espíritu zen. Diferenciación
estética difícil pues lo es separar lo que es la elegancia y la sobriedad del
sumi-e de la sobriedad a veces un tanto recia de la pintura en tinta inspirada
por el Zen. Ni tampoco quiero decir con esto que lo que encontramos en las
artes sea el Zen.
A la eterna
pregunta de ¿Qué es el Zen? Para la que las mentes occidentales necesitamos
urgentemente una respuesta siempre me he aventurado (a sabiendas de que tampoco
es eso) a decir que es una determinada manera de mirar el mundo, el universo.
Una manera desde luego peculiar, precisamente por no serlo.
Entre las muchas
cosas que el Zen no es y me interesa especialmente recalcarlo pues el uso que
se da es bastante traicionero es una forma de plantear el combate, la lucha o
cosa parecida. Desde luego esta relación tiene una cierta base histórica, que
no lo convierte en el arte de machacar a patadas a tu rival.
La mencionada base
histórica arranca del s. XII. Hasta ese momento (y que me perdonen las
potencias protectoras de la historia una síntesis tan brutal) el gobierno del
imperio japonés tenía su sede en Heian, actual Kyoto, y lo ejercía una alta
aristocracia basada en propiedades territoriales que no administraban ellos
sino que dejaban de encargados a sus subordinados, entre ellos a los hombres
armados pues no eran infrecuentes los enfrentamientos. La aristocracia Heian
vivía en sus palacios de la capital dedicada a la galantería, la poesía, sí,
también a las armas pero más a la manera de torneo medieval que como temas de
guerra. Heian era una maravillosa telaraña de plata con toda la delicadeza
posible que nos dejó su muestra más egregia en el soberbio “Genji monogatari”
de la dama Murasaki Shikibu cuya lectura es imprescindible para quien quiera
acercarse a Japón. No sigamos por la vía estética sino que detengámonos en la
vida religiosa. La capital, rodeada de monasterios de diversas sectas budistas
tenía por tanto una intensa vida espiritual budista, pero todas las escuelas
que predominaban en el momento exigían para la salvación un profundo
conocimiento intelectual lo que alejaba a casi todo el mundo de ellas.
La historia es un
eterno retorno y ocurrió lo que tantas veces ha ocurrido y volverá a ocurrir.
La lejanía y despreocupación de los aristócratas propietarios hizo que los “chicos
de la casa” (creo recordar que esa es la primera lectura de “bushi”) se fueran
haciendo fuertes y controlando el poder de esos feudos. Precisamente en esos
momentos cobra fuerza el budismo zen que, contrariamente a las demás ramas del
budismo, no requería conocimientos intelectuales, el bushi si algo no era, era
culto con lo que el pensamiento directo no intelectual del Zen legitimaba su
lado religioso. De ahí que se relacione casi de forma exclusiva el Zen con los
guerreros y con las artes marciales. Armados, preparados y legitimados los
chicos de la casa se rebelan y acaban con el sistema aristocrático quedando
todo el poder en sus manos aunque, digamos que “a la japonesa” la cultura que
nunca rompe con nada por mucho que cambie todo. Las sucesivas guerras que
llevaron a la caída del sistema aristocrático son relatadas en el monumental y
también imprescindible “Heike Monogatari”. Se inicia la edad media japonesa
cuando los samuráis, termino vulgar de “bushi”, alcanzan su mayor esplendor.
Una vez
medianamente centrado en la historia es hora de empezar a hablar de Zen pues
como cabe comprender con facilidad no es una margarita que aparece de un día
para otro sino una de las ramas del budismo primigenio aunque con matices y
diferentes nombres. Creo que para una primera entrada sobre el tema ya es más
que suficiente. Y recordemos que nada de lo dicho es Zen, ni deja de serlo.
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