miércoles, 6 de diciembre de 2017

Ddark Water (2)


Un pequeño yate realiza “Un crucero de ensueño” por la bahía de Tokyo, lo tripula un matrimonio burgués de medio pelo que no sabe hacerlo sino a duras penas y con el motor. Parece un inocente paseo pero es un compromiso social interesado. Tienen un invitado a quien entretener; invitado que, por su parte, no gusta de su compañía ni mucho menos de su destreza naval. Esas son las apariencias, La realidad no es exactamente igual. El invitado, hombre joven, soltero y dedicado a los negocios. El matrimonio, parlanchín e insustancial va tejiendo (o intentándolo al menos) muy lentamente una telaraña de promesas insinuadas  y descalificaciones personales (“hombre sin ambición”, por ejemplo) con el único objetivo de lograr que el invitado invierta en una especie de empresa múltiple, en la que ellos ganan según el número de socios que recluten. Nuestro hombre no cae pero el matrimonio, inepto y arrogante, tarda demasiado en iniciar el regreso  y en la bahía de Tokyo ha caído la noche que no por clara gracias a una hermosa luna resulta menos inquietante. El barco se detiene de golpe sin otra causa aparente que la posibilidad de que la hélice se haya enredado. El marido, torpe, se sumerge y encuentra una zapatilla infantil con los cordones enredados. El barco sigue sin avanzar y el invitado pone la zapatilla con la cabeza de Mickey Mouse como si fuera un pequeño barquito, la noche, sin embargo, es larga… en la bahía de Tokyo.

En “El barco a la deriva” un joven pescador vuelve a Japón tras una larga temporada de pesca en un gran barco. Vuelve decidido a casarse y decidir junto a su esposa si seguir en la mar o no. Desde niño ha sido lo que podríamos llamar “un soñador del mar”. Por sorpresa el gigantesco pesquero encuentra, o mejor, está a punto de tropezar con un lujoso yate, extrañamente vacío y deciden remolcarlo. Un hombre debe ir en él por si surge algún imprevisto y nuestro hombre, que siempre ha soñado con poseer uno de esos barcos, consigue que le nombren a él para tal misión. Durante unas horas disfruta de los lujos que contiene, luego comienza a leer el cuaderno del Patrón/padre de la familia que eran a la vez pasaje y tripulación. A partir de aquí la historia entra en una dinámica más espeluznante a cada palabra. Sin destripar nada cabe apuntar que el casi eterno mito ¿mito? del buque fantasma, reaparece pero, eso sí, con un perfume y un toque japonés que le aleja de otras historias sobre el mítico navío. Ni soy experto no cosa parecida pero me atrevería a decir que en este relato es en el que más se aprecia de los grandes del terror occidental: Poe y Lovecraft en especial.

La acuarela”. En una vieja discoteca reconvertida en ocasional sala de teatro alternativo una pequeña pero exitosa compañía llena de tensiones estrena una función. En la primera escena, antes de la primera frase le cae una gota de agua desde el techo en la mejilla a la protagonista. Ahí arranca una tan peculiar como extraña historia con un final sorprendente y muy, muy abierto.

El bosque en el fondo del mar”, igualmente situado en las proximidades de la bahía de Tokyo este relato quizás sea el más estremecedor de la selección. Un joven padre y un amigo aficionados a la espeleología encuentran la entrada a una caverna. A partir de ahí la historia se precipita inevitablemente hacia la tragedia. En realidad el relato tiene un doble final pues el primer capítulo termina en 1975 y el segundo se desarrolla en 1995. Si el final del primer capítulo es algo más que aterrador el del segundo es casi triunfal aunque bajo ese aspecto resulta en extremo desasosegante.
Hay un prólogo y un epílogo que resaltan el hilo invisible que da una cierta unidad al conjunto, cuyo eje, como nos dice el título, es el agua. Una peculiar mirada sobre el agua. El volumen es una recopilación hecha en 1996 de relatos publicados en diversas revistas, eso sí, aterradoramente coherentes

jueves, 12 de octubre de 2017

Suzuki, Koji: “Dark wáter”


Aunque no es precisamente una novedad editorial dado que fue publicado en 2015, como veis no llevo al día mis lecturas, no he podido resistirme a hacer algunos comentarios incluso antes de terminar su lectura precisamente por eso,  por estar “sumergido” en ella. Cualquier dato biográfico lo encontraremos en la red por lo que no voy a entrar en ellos. Supongo que por pura pereza no suelo analizar los libros de cuentos cuento a cuento,, las referencias cruzadas que voy estableciendo acabarían por hacerme confundir unos con otros.
El volumen recoge ocho relatos ni breves, ni fáciles.
Agua que se agita”: comienza con la descripción del agua en un vaso a través de la mirada de la protagonista. Es el Japón posterior al estallido de la burbuja inmobiliaria, en uno de tantos edificios de los que apenas se han vendido unos pocos pisos comienza la historia. (Quizás sean cosas mías pero un edificio de apartamentos vacío, quizás por conocido y cercano, resulta mucho más aterrador que un castillo en los Cárpatos con un compañero de piso llamado Vlad). Vamos pues conociendo a las protagonistas: una niña de seis años y su madre divorciada que ha acabado en ese edificio siguiendo criterios tan prácticos como prosaicos: cercanía del trabajo y de la guardería. Sin describirlo el edificio podría considerarse uno más de los protagonistas, con loa elementos arquitectónicos más corrientes: la bañera, el ascensor, el depósito de agua en la azotea,  la conserjería. Con estos elementos y un inocente bolsito de Hello Kitty el autor desarrolla un estremecedor relato que no sabemos si ocurre o no y no solo por la siempre desconcertante alusión japonesa sino con claras referencias occidentales que no menciono para no destripar la trama. Este relato parece poseer una oculta hebra poética que, como el propio cuento, se corta con un fina rápido que deja más preguntas que respuestas en el aire.

Igualmente en el Tokyo actual se ambienta “En una isla desierta”, segundo cuento de esta colección editada como tal en 1976. Parte de dos elementos que tienen una base real: unas islas artificiales en la bahía de Tokyo y algo que resulta casi recurrente a lo largo de la literatura japonesa contemporánea: la relación entre alumnos brillantes y “populares” en alguna fase de la educación con los más anodinos de sus compañeros, un ejemplo ajeno a este autor  sería “Los sables” de Yukio Mishima, Relaciones que perduran manteniendo la misma jerarquía a lo largo del tiempo. En este relato la clave –y lo que en mi opinión constituye el verdadero horror- es el compañero deslumbrante que mantiene una esporádica amistad con el compañero opaco y siempre en actitud pasiva, espectador admirado, que continúa durante la juventud de ambos. En un momento dado, el relato recoge tres charlas entre ellos, en la segunda concretamente, el compañero brillante le cuenta vanagloriándose como de una hazaña, algo sórdido y cruel. Su amigo no le cree. Teniendo veintitrés de edad el  héroe del Instituto enferma de muerte. Su amigo acude a visitarlo y le pregunta si es cierto aquello que le contó y el moribundo, triunfal, asiente. Algunos años después un viejo profesor organiza una expedición y él ve la ocasión de comprobar si es o no cierto o no. Sin destripar o hacer “spoiler” no puedo contar más pero lo que personalmente me ha resultado más aterrador es como el macho alfa, amoral y sádico, sigue siendo admirado por el honrado profesor y como las jerarquías que nacen en la fase educativa perduran a pesar de todo… ¿Quizás se esté produciendo aquí una clara influencia estadounidense en cuya cultura televisiva es un tema constante, pero constante de verdad, pero japonizado o simplemente una más de las manifestaciones del ancestral sentido jerárquico/confuciano de ver el mundo de la cultura japonesa. Y no sé que me resulta más aterrador.

El agujero”,  gira en torno a un pescador con una familia de larga tradición de enfermedades mentales y él es, evidentemente, un alcohólico. El relato comienza a través de la mirada del hijo mayor ante la brutalidad paterna que estalla sin necesidad de motivo alguno-, casi sin darnos cuenta hemos entrado en el delirio del padre siguiendo una espiral entre alucinante y enloquecida dando un giro final sino sorprendente, sí  inesperado. En el delirio y desde nuestro punto de vista se ofrece una notable riqueza sociológica, tanto por lo que dice como por lo que calla. Por cierto, seguimos en la bahía  de Tokyo.

viernes, 29 de septiembre de 2017

Sada Abe, la castración como espectaculo o "El imperio de los sentidos"

 La historia resumida en una estampa de Zanuichi Hanawa
Frente al Japón más o menos de postal que no podemos evitar tener en la cabeza gracias a su soberbia estética, existe, un Japón oscuro y siniestro que en nada desmerece a Poe o Lovecraft. La literatura japonesa del XIX siempre –y digo con osadía, siempre- por muy apacible que nos parezca posee una especie de corriente subyacente de algo que los occidentales no dudaríamos en calificar de siniestro. Si se me permite una referencia cinematográfica aludiré a “La sombra de una duda” , obra maestra sin duda alguna: una pequeña ciudad tranquila, una familia corriente que recibe a un pariente largamente esperado. Con los primeros fotogramas en los que vemos la ciudad “sabemos” que hay algo siniestro en tan apacibles imágenes. A mi leal saber y entender la narrativa japonesa no fantástica (Oé, Mishima, Tanizaki) tiene ese algo siniestro que ni se menciona ni se sobreentiende pero está. Seguro que esto es discutible y que quizás tenga más que ver con los patrones culturales que con otra cosa. En la literatura fantástica ya nos movemos en otro nivel. Sin embargo, la sociedad japonesa, como todas, tiene un lado oscuro que, a diferencia de Occidente, no parece ser tan tabú. Creo que Japón camina sobre la cola del tigre y mantiene un difícil equilibrio en este tema.
Ese, digamos costado umbrío, resulta un tanto sobrecogedor cuando la literatura fantástica está tan cerca de la realidad. De hecho, en pocas ocasiones aquello de que “La vida imita al arte” ha estado tan cerca de ser verdad absoluta que en el caso que nos ocupa; más tarde será el arte quien imite a la vida de las formas más inesperadas y, lo más importante, sin traicionarse como estética.
El caso al que me estoy refiriendo es el “Caso de Sada Abe” que, pese a parecer historia más propia del periodo de Edo que del siglo XX, sucedió en 1936. Como quien dice, ayer desde la perspectiva del historiador. Una prueba más de que las diversas “historias” (social, artística, política, etc.) van desajustadas. Un ejemplo para mí contundente; la Emperatriz Isabel de Austria fue asesinada en 1898 y sólo siete años después Picasso pinta “Las Señoritas de Avignon” mientras el desconsolado viudo sigue al frente de un imperio medieval y absolutista. ¿Hay algo más impensable que pensar que fueran sucesos coetáneos? A esto me refiero al hablar de “historias desajustadas” siendo la que nos ocupa un ejemplo más.
Aunque parezca más propio de la prensa sensacionalista en el fondo vamos a contar una historia de amor y entrega, perversos, retorcidos, casi diabólicos pero amor y entrega al fin y al cabo.
Para empezar hemos de remontarnos a 1905, a Kanda, cerca de Tokyo, y a la casa de un fabricante de tatamis, Katsu Abe, donde nacieron ocho hijos. De todos ellos no intereras el séptimo, una niña, Sada. Como en la mayoría de las biografías sabemos poco de sus primeros años: clase media y poco más, quizás algo malcriada pues de los ocho hijos nacidos sobrevivieron tan sólo cuatro siendo Sada la más pequeña de éstos. Como en cualquier biografía de cualquier mujer de sexualidad libre se habla de violación siendo muy joven. Es un clásico. Sin embargo, como siempre en estos casos, no existe ninguna certeza.
Ya con más seguridad nos llega que con un carácter irritable y difícil desarrolló una sexualidad tan extraña que la familia la vendió a una casa de geishas a los catorce años posiblemente con la intención de disciplinar la vida de la joven, encauzar esa sexualidad que no entendían y sacarse algún dinerillo. Al fin y al cabo un burgués es un burgués. Peculiar, por no decir rarísimo, que la casa de geishas comprara una muchacha tan mayor, pues entonces se consideraba muy tarde para iniciar la formación de geisha que, como ya sabemos, es extremadamente dura. Desarrolló su trabajoen el distrito rojo de Tobita, en Osaka, bien de prostituta o de geisha de muy bajo nivel (el mundo de las geishas es uno de los más jerarquizados que imaginarse pueda) cobrando fama de conflictiva tanto con los clientes como con las “casas” donde trabajaba de las que intentó escapar varias veces. Cuando lo logró cambió de identidad para librarse de las deudas contraídas con sus proxenetas. Aunque en este aspecto los proxenetas de hoy no hayan cambiado de método, he de destacar que en los años la prostitución era legal en los barrios de placer. Tanto entre burdeles  como entre las casas de geishas del nivel que fueran las relaciones sociales entre ellos eran tan complejas y protocolarias como cabe esperar de la cultura japonesa. De Osaka pasó a Tokyo y de la prostitución legal –reglada y controlada- a la ilegal. En cualquier caso hay que destacar que hizo varios intentos de escapar de ese sórdido mundo en varias ocasiones sin conseguirlo.
En uno de estos intentos entró a trabajar como camarera en un pequeño hotel regentado por quien habría de ser el hombre de su vida: Kichizo Ishida.
Pese a su sexualidad exacerbada y extraña y a haberse desarrollada en la práctica mecánica del sexo, Sada no había vivido más que la parte más carnal y menos sana del sexo. Será Kichizo (Kichi) quien la descubra e inicie en otro tipo de sexualidad más hedonista y sensual, quizás incluso espiritual. ¿Enamoramiento? Pues a juzgar por las declaraciones “a posteriori” yo no podría negarlo por mucho que nos cueste entenderlo desde aquí y ahora.
Kichi parece ser que era hombre sensual y abierto a todo en el sexo, Sada, diestra en los resortes físicos descubren juntos una nueva dimensión del mundo de la carne. Su encuentro debió para ellos un seísmo interior y una revelación erótica en la que cabe todo, todo, absolutamente todo. La intensidad de sus prácticas sexuales fue creciendo en variedad hasta llegar a juegos sibaritas sadomasoquistas. Fuese por sus naturalezas, su voluntad o arrollado por la torrencial y viciada de Sada, era Kichi quien ocupaba la posición inferior, sumiso o, como se diría ahora, el pasivo y a lo que parece de muy buen grado pues ni siquiera se recataban lo más mínimo cuando salían llevándole cogido por los genitales en plena calle. Genitales por los que Sada fue desarrollando una obsesión acuciante que en nada molestaba a Kichi (¿A qué hombre lo haría?) mientras las espiral en busca de más y más placer crecía hasta arrastrarles.
Sin límites, Sada entregada a juegos cada vez más intensos y Kichi entregado a Sada, llegaron a una tan antigua como peligroso: la axfisiofilia, evidentemente, es una parafilia consistente en privar a la pareja o a sí mismo de la libre entrada del aire, existen ejemplos muy antiguos pero parece ser (según deduzco por lo que veo pero es sólo una opinión) que se puso un tanto “de moda” en los años treinta. De la mano de la mujer Kichi entró en la ruleta rusa que viene a ser tal práctica sin dudarlo.

Así llegó la noche del 18 de mayo de 1936, cuando Kichi –parece ser que tras varios días orgiásticos continuados sin pausa alguna- le pidió a Sada, según sus declaraciones posteriores: “No te detengas… el despertar es demasiado doloroso”. Así lo hizo ella alcanzando en el instante del acto una sensación que, dijo, “llenaría el resto de su vida”. Con su obi todavía en el cuello de su amante le cortó los genitales, paseándolos bien envueltos en una revista según algunos, yo prefiero la versión que afirma que era en un pequeño bolsito de mano. Antes de irse trazó en el brazo muerto de su amante con un cuchillo de cocina: “Sada, Kichi, juntos”. Pocos días después la atraparon en Osaka a punto de comerse su trofeo.
El suceso se difundió deprisa, los medios, sobre todo la radio, tenían ya mucha influencia, llegando a crear verdadero pánico que provocó una huida despavorida de la población de Ginza, barrio de Tokyo populoso y comercial de siempre, cuando corrió el rumor de que Sada había sido vista allí.
Contra lo que cabría esperar la amante asesina se convirtió en lo que ahora llamaríamos un personaje mediático muy popular. La condena fue extrañamente leve limitándose a unos años en prisión, parece ser que fueron seis pero hay divergencias. Al acabar la guerra Sada toda una celebrity y poco después se convirtió en una especie de abanderada de las libertades sexuales, icono de la cultura tradicional y autora y colaboradora en varios libros de gran éxito. Desapareció de la vida pública en el año 70.
 
¿Y Kichi? Pues lo que quedaba de él estuvo expuesto públicamente en el Departamento de Patolología de la universidad de Tokyo.

La imagen que encabeza esta entrada ilustra la capacidad del arte japonés de recoger los sucesos de última hora; pero, sobre todo, la naturalidad con que se aborda este lado siniestro de su cultura perdurando los temas en el tiempo. Es más, aunque esta afirmación resulte un tanto radical, cabría decir que,  a diferencia de Occidente –los temas y los estilos son abandonados en cuanto surgen otros nuevos- en la cultura japonesa nunca  se abandona un tema o un motivo.  Esto es especialmente cierto en las artes plásticas –incluyendo el cine, por supuesto- y no tanto o tan fácil de detectar al ojo occidental en el las literarias, más bien en su prosa, aunque algunos cuentos de los más grandes autores de la segunda mitad del XIX y primera del XX pueden demostrar lo contrario en sus estructuras indudablemente clásicas.

He mencionado así, como quien no quiere la cosa, el cine. Japón ha dado en su edad de oro (antes del neoliberalismo de sus productoras y de la extensión salvaje de la violencia y de la animación) algunos de los más altos ejemplos de la cinematografía universal, plagiadas u “homenajeadas” dos mil y una vez en Occidente, muy especialmente en el Western. No es el tema que nos ocupa ahora pero sí uno de sus frutos más impactantes, ya pasada la edad de oro, que resulta especialmente interesante para el tema. Por supuesto, me estoy refiriendo a “El imperio de los sentidos” de Naghisa Oshima  de 1976 donde se recogen sin demasiados excesos, visto lo visto, la historia de Sada y Kichi. ¿Excesiva? No, ¿Explicita? Sí, sin duda demasiado para algunos países que aun hoy es calificada de pornográfica o poco menos cuando lo cierto es que lo único que petrificar al espectador es saber que fue un hecho real.
 
 


jueves, 2 de marzo de 2017

Irezumi itai


Moriarty, Yori: “Irezumi itai. Tatuaje tradicional japonés
Ed Satori Gijón 2015

Ante todo dejar claro que soy un ignorante completo de todo lo relativo al arte del tatuaje japonés. Lo digo por que es seguro que encontremos reseñas y críticas más profundas y con más fundamento que la de este un tanto deslavazado blog.
Una vez más la edutorial Satori nos aporta una obra interesantísima y sobre manera útil para los lectores en castellano. Una antigua compañera calificaba los libros ocmo "funcinales" y "los que son perder el tiempo" (o sea que no trajeran datos concretos del tema elegido), Usando esa casi delitante clasificación, diría que este es un libro "funcional", o mejor dicho es además funcional. Sin embargo, es tante todo una lectura interesante y amena ante todo. Para quienes como yo no estamos introducidos en el fascinante mundo del tatuaje japonñes y sí deslumbrado por su abigarrada belleza y riqueza de temas y tonos es un muy buen primer acercamiento al tema
Una breve pero jugosa historia del tatuaje japonés inicia el trabajo, siempre apoyado por unas magníficas ilustraciones. Pasa luego a desarrollar, más que la técnica, los temas centrales en que se bass su riqueza formal. La relación que tienen estos temas, e incluso sus formas, con el ukiyo-e en su sentido más amplio, y el tratamiendo que da el autor hace que el texto tenga multitud de apuntes iconográficos que son un hallazgo para los lectores en castellano pies es tema del que andamos algo escassos y lo que encontramos es bastante tópico.
Ilustraciones magníficas y muy abundantes encajando en el texto y tema del que se trata, aún así muchos de los temas nos resultan dificiles de reconocer por lo intrincado de su exoresión pictorica en el tatuaje y mucho más cuando éste, por definición, varñia sobre distintos cuerpos. Nada más inestable que el cuerpo humano ni con más ricqueza de formas. El tatuaje ha de adaptarse a ellas lo que, repito, muy a menudo nos resulte casi unposible de reconocer un tema que, en plano, resultaría obvio. Quizés el ejemplo más llamativo sea el de las carpas, tema claro de mayor o menor dificultad pero en principio sin problemas de identificación. Sin embargo, a menudo viendo un cuerpo tatuado vemos tal abundancia de formas que podemos llegar a no encontrar le carpa.
Resumiendo: una obra que vale la pena leer y contemplar aunque no se tenga un especial interés por la cultura japonesa.