Un pequeño
yate realiza “Un crucero de ensueño”
por la bahía de Tokyo, lo tripula un matrimonio burgués de medio pelo que no
sabe hacerlo sino a duras penas y con el motor. Parece un inocente paseo pero
es un compromiso social interesado. Tienen un invitado a quien entretener;
invitado que, por su parte, no gusta de su compañía ni mucho menos de su
destreza naval. Esas son las apariencias, La realidad no es exactamente igual.
El invitado, hombre joven, soltero y dedicado a los negocios. El matrimonio,
parlanchín e insustancial va tejiendo (o intentándolo al menos) muy lentamente
una telaraña de promesas insinuadas y
descalificaciones personales (“hombre sin ambición”, por ejemplo) con el único
objetivo de lograr que el invitado invierta en una especie de empresa múltiple,
en la que ellos ganan según el número de socios que recluten. Nuestro hombre no
cae pero el matrimonio, inepto y arrogante, tarda demasiado en iniciar el
regreso y en la bahía de Tokyo ha caído
la noche que no por clara gracias a una hermosa luna resulta menos inquietante.
El barco se detiene de golpe sin otra causa aparente que la posibilidad de que
la hélice se haya enredado. El marido, torpe, se sumerge y encuentra una
zapatilla infantil con los cordones enredados. El barco sigue sin avanzar y el
invitado pone la zapatilla con la cabeza de Mickey Mouse como si fuera un
pequeño barquito, la noche, sin embargo, es larga… en la bahía de Tokyo.
En “El barco a la deriva” un joven pescador
vuelve a Japón tras una larga temporada de pesca en un gran barco. Vuelve
decidido a casarse y decidir junto a su esposa si seguir en la mar o no. Desde
niño ha sido lo que podríamos llamar “un soñador del mar”. Por sorpresa el
gigantesco pesquero encuentra, o mejor, está a punto de tropezar con un lujoso
yate, extrañamente vacío y deciden remolcarlo. Un hombre debe ir en él por si
surge algún imprevisto y nuestro hombre, que siempre ha soñado con poseer uno
de esos barcos, consigue que le nombren a él para tal misión. Durante unas
horas disfruta de los lujos que contiene, luego comienza a leer el cuaderno del
Patrón/padre de la familia que eran a la vez pasaje y tripulación. A partir de
aquí la historia entra en una dinámica más espeluznante a cada palabra. Sin
destripar nada cabe apuntar que el casi eterno mito ¿mito? del buque fantasma,
reaparece pero, eso sí, con un perfume y un toque japonés que le aleja de otras
historias sobre el mítico navío. Ni soy experto no cosa parecida pero me
atrevería a decir que en este relato es en el que más se aprecia de los grandes
del terror occidental: Poe y Lovecraft en especial.
“La acuarela”. En una vieja discoteca
reconvertida en ocasional sala de teatro alternativo una pequeña pero exitosa
compañía llena de tensiones estrena una función. En la primera escena, antes de
la primera frase le cae una gota de agua desde el techo en la mejilla a la
protagonista. Ahí arranca una tan peculiar como extraña historia con un final
sorprendente y muy, muy abierto.
“El bosque en el fondo del mar”,
igualmente situado en las proximidades de la bahía de Tokyo este relato quizás
sea el más estremecedor de la selección. Un joven padre y un amigo aficionados
a la espeleología encuentran la entrada a una caverna. A partir de ahí la
historia se precipita inevitablemente hacia la tragedia. En realidad el relato
tiene un doble final pues el primer capítulo termina en 1975 y el segundo se
desarrolla en 1995. Si el final del primer capítulo es algo más que aterrador
el del segundo es casi triunfal aunque bajo ese aspecto resulta en extremo
desasosegante.
Hay un prólogo y un epílogo que resaltan el hilo invisible que da una
cierta unidad al conjunto, cuyo eje, como nos dice el título, es el agua. Una
peculiar mirada sobre el agua. El volumen es una recopilación hecha en 1996 de
relatos publicados en diversas revistas, eso sí, aterradoramente coherentes