domingo, 5 de octubre de 2014

La belleza de lo mínimo: Obidome

Lo primero que cautiva al encontrarnos con la realidad japonesa tradicional es su capacidad de crear belleza, a menudo casi insensiblemente y, sobre todo, de un modo tan completamente ajeno al nuestro que a menudo esa belleza, hablo por la experiencia, la percibimos como un todo sin percatarnos de que está constituida bien por la carencia, el vacío, o bien por detalles mínimos. Sin embargo, si apartamos uno de esos objetos, lo aislamos y lo miramos con detenimiento nos quedaremos, al menos, sorprendidos.
El objeto del que voy a hablar hoy brevemente requiere una explicación previa. Ante todo es usado por las geishas actualmente pero lecturas anteriores no fue exclusivo de ellas. Veamos, todos conocemos más o menos los sucesivos kimonos que se usan. Bien, para cerrar un kimono y tan importante como él o más a efectos estéticos, y nunca olvidemos que en el Japón tradicional lo estético a muy a menudo es simbólico, es la ancha banda de tela que ciñe la cintura hasta hacerla desaparecer -desde nuestro ideal de torso-reloj de arena- y que se anuda más o menos complejamente según ocasión: el obi. El obi ha de ir perfectamente combinado con los diversos tonos de los kimonos, la estación del año, si hay alguna celebración concreta etc.Ciñendo esa amplia y compleja banda de tela se coloca una fina cinta de tela o cordón (el mundo del cordón y los nudos en Japón es algo que tampoco tiene nada que ver con nuestra concepción, como espero que tengamos ocasión de ver) Para sujetar ese cordón se coloca una especie de hebilla llamada Obidome. Esta pieza que puede pasar casi desapercibida así como los adornos en el cabello son los únicos adornos permitidos a una geisha, o mejor aún, a una Maiko (aprendiza) y su origen más o menos realista se remonta a los principios del célebre período de Edo (para simplificar un arduo debate daremos como límites de este periodo 1600 y 1868). Parece ser que las geishas, que nacen por esta época sobre todo Edo y Kyoto, como recuerdo de un cliente o como símbolo de amor usaban una pieza de la decoración del sable, el Menuki. Estas pequeñas piezas iban en las empuñaduras cubriendo pasadores que unían las diversas piezas de las mismas y luego cubiertas por entrelazados y trenzados de galón casi siempre negro durante el periodo de Edo.
Si algo caracterizó este tiempo fue lo que algún historiador ha llamado "la paz de los cementerios", doscientos años de paz e inmovilismo bajo un régimen férreo especialmente dado a ordenar Seppukus y aplicar decapitaciones. Entre las muchas medidas represivas que el gobierno, que recibía el nombre de Bakufu (Campamento) para destacar sus orígenes marciales tuvo lugar lo que se llamó la Katana-gari o caza de espadas. Por supuesto quienes tenían derecho a portar los sables correspondientes no eran el tipo de persona que se relacionaran con una geisha, mucho más dirigida a un público burgués, y mucho menos a andar desmontando sus espadas para dejarles un recuerdo. Pero la moda estaba establecida y así surge el Obidome que -por lo que deduzco de algunos textos del XIX- llegó a no ser exlusivamente femenino usado como signo de estatus entre, por supuesto, los burgueses (Luz y sombra de Soseki, nos deja una pincelada sobre el tema).
En nada se expresa mejor la extrema sensibilidad ni la capacidad de crear belleza japonesas que en los pequeños objetos como estos de los que vamos a ver unos cuantos ejemplos:
Estas piezas en marfil tomadas de http://carvalen.blogspot.com.es/ son especialmente interesantes la primera por el personaje que representa a quien habremos de volver y la segunda por la similitud formal que guarda con la guarda del sable japonés, un mundo aparte.





Como vemos se usan todo tipo de temas, con referencias estacionales, pero también con sentido mágico como el jade o el coral.

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