Aunque no es precisamente una novedad editorial dado
que fue publicado en 2015, como veis no llevo al día mis lecturas, no he podido
resistirme a hacer algunos comentarios incluso antes de terminar su lectura
precisamente por eso, por estar
“sumergido” en ella. Cualquier dato biográfico lo encontraremos en la red por
lo que no voy a entrar en ellos. Supongo que por pura pereza no suelo analizar
los libros de cuentos cuento a cuento,, las referencias cruzadas que voy
estableciendo acabarían por hacerme confundir unos con otros.
El volumen recoge ocho relatos ni breves, ni
fáciles.
“Agua que se
agita”: comienza con la descripción del agua en un vaso a través de la
mirada de la protagonista. Es el Japón posterior al estallido de la burbuja
inmobiliaria, en uno de tantos edificios de los que apenas se han vendido unos
pocos pisos comienza la historia. (Quizás sean cosas mías pero un edificio de
apartamentos vacío, quizás por conocido y cercano, resulta mucho más aterrador
que un castillo en los Cárpatos con un compañero de piso llamado Vlad). Vamos
pues conociendo a las protagonistas: una niña de seis años y su madre
divorciada que ha acabado en ese edificio siguiendo criterios tan prácticos
como prosaicos: cercanía del trabajo y de la guardería. Sin describirlo el
edificio podría considerarse uno más de los protagonistas, con loa elementos
arquitectónicos más corrientes: la bañera, el ascensor, el depósito de agua en
la azotea, la conserjería. Con estos
elementos y un inocente bolsito de Hello Kitty el autor desarrolla un
estremecedor relato que no sabemos si ocurre o no y no solo por la siempre
desconcertante alusión japonesa sino con claras referencias occidentales que no
menciono para no destripar la trama. Este relato parece poseer una oculta hebra
poética que, como el propio cuento, se corta con un fina rápido que deja más
preguntas que respuestas en el aire.
Igualmente en el Tokyo actual se ambienta “En una isla desierta”, segundo cuento
de esta colección editada como tal en 1976. Parte de dos elementos que tienen
una base real: unas islas artificiales en la bahía de Tokyo y algo que resulta
casi recurrente a lo largo de la literatura japonesa contemporánea: la relación
entre alumnos brillantes y “populares” en alguna fase de la educación con los
más anodinos de sus compañeros, un ejemplo ajeno a este autor sería “Los sables” de Yukio Mishima,
Relaciones que perduran manteniendo la misma jerarquía a lo largo del tiempo.
En este relato la clave –y lo que en mi opinión constituye el verdadero horror-
es el compañero deslumbrante que mantiene una esporádica amistad con el
compañero opaco y siempre en actitud pasiva, espectador admirado, que continúa
durante la juventud de ambos. En un momento dado, el relato recoge tres charlas
entre ellos, en la segunda concretamente, el compañero brillante le cuenta
vanagloriándose como de una hazaña, algo sórdido y cruel. Su amigo no le cree.
Teniendo veintitrés de edad el héroe del
Instituto enferma de muerte. Su amigo acude a visitarlo y le pregunta si es
cierto aquello que le contó y el moribundo, triunfal, asiente. Algunos años
después un viejo profesor organiza una expedición y él ve la ocasión de
comprobar si es o no cierto o no. Sin destripar o hacer “spoiler” no puedo
contar más pero lo que personalmente me ha resultado más aterrador es como el
macho alfa, amoral y sádico, sigue siendo admirado por el honrado profesor y
como las jerarquías que nacen en la fase educativa perduran a pesar de todo…
¿Quizás se esté produciendo aquí una clara influencia estadounidense en cuya
cultura televisiva es un tema constante, pero constante de verdad, pero
japonizado o simplemente una más de las manifestaciones del ancestral sentido
jerárquico/confuciano de ver el mundo de la cultura japonesa. Y no sé que me
resulta más aterrador.
“El agujero”, gira en torno a un pescador con una familia
de larga tradición de enfermedades mentales y él es, evidentemente, un
alcohólico. El relato comienza a través de la mirada del hijo mayor ante la
brutalidad paterna que estalla sin necesidad de motivo alguno-, casi sin darnos
cuenta hemos entrado en el delirio del padre siguiendo una espiral entre
alucinante y enloquecida dando un giro final sino sorprendente, sí inesperado. En el delirio y desde nuestro
punto de vista se ofrece una notable riqueza sociológica, tanto por lo que dice
como por lo que calla. Por cierto, seguimos en la bahía de Tokyo.