jueves, 12 de octubre de 2017

Suzuki, Koji: “Dark wáter”


Aunque no es precisamente una novedad editorial dado que fue publicado en 2015, como veis no llevo al día mis lecturas, no he podido resistirme a hacer algunos comentarios incluso antes de terminar su lectura precisamente por eso,  por estar “sumergido” en ella. Cualquier dato biográfico lo encontraremos en la red por lo que no voy a entrar en ellos. Supongo que por pura pereza no suelo analizar los libros de cuentos cuento a cuento,, las referencias cruzadas que voy estableciendo acabarían por hacerme confundir unos con otros.
El volumen recoge ocho relatos ni breves, ni fáciles.
Agua que se agita”: comienza con la descripción del agua en un vaso a través de la mirada de la protagonista. Es el Japón posterior al estallido de la burbuja inmobiliaria, en uno de tantos edificios de los que apenas se han vendido unos pocos pisos comienza la historia. (Quizás sean cosas mías pero un edificio de apartamentos vacío, quizás por conocido y cercano, resulta mucho más aterrador que un castillo en los Cárpatos con un compañero de piso llamado Vlad). Vamos pues conociendo a las protagonistas: una niña de seis años y su madre divorciada que ha acabado en ese edificio siguiendo criterios tan prácticos como prosaicos: cercanía del trabajo y de la guardería. Sin describirlo el edificio podría considerarse uno más de los protagonistas, con loa elementos arquitectónicos más corrientes: la bañera, el ascensor, el depósito de agua en la azotea,  la conserjería. Con estos elementos y un inocente bolsito de Hello Kitty el autor desarrolla un estremecedor relato que no sabemos si ocurre o no y no solo por la siempre desconcertante alusión japonesa sino con claras referencias occidentales que no menciono para no destripar la trama. Este relato parece poseer una oculta hebra poética que, como el propio cuento, se corta con un fina rápido que deja más preguntas que respuestas en el aire.

Igualmente en el Tokyo actual se ambienta “En una isla desierta”, segundo cuento de esta colección editada como tal en 1976. Parte de dos elementos que tienen una base real: unas islas artificiales en la bahía de Tokyo y algo que resulta casi recurrente a lo largo de la literatura japonesa contemporánea: la relación entre alumnos brillantes y “populares” en alguna fase de la educación con los más anodinos de sus compañeros, un ejemplo ajeno a este autor  sería “Los sables” de Yukio Mishima, Relaciones que perduran manteniendo la misma jerarquía a lo largo del tiempo. En este relato la clave –y lo que en mi opinión constituye el verdadero horror- es el compañero deslumbrante que mantiene una esporádica amistad con el compañero opaco y siempre en actitud pasiva, espectador admirado, que continúa durante la juventud de ambos. En un momento dado, el relato recoge tres charlas entre ellos, en la segunda concretamente, el compañero brillante le cuenta vanagloriándose como de una hazaña, algo sórdido y cruel. Su amigo no le cree. Teniendo veintitrés de edad el  héroe del Instituto enferma de muerte. Su amigo acude a visitarlo y le pregunta si es cierto aquello que le contó y el moribundo, triunfal, asiente. Algunos años después un viejo profesor organiza una expedición y él ve la ocasión de comprobar si es o no cierto o no. Sin destripar o hacer “spoiler” no puedo contar más pero lo que personalmente me ha resultado más aterrador es como el macho alfa, amoral y sádico, sigue siendo admirado por el honrado profesor y como las jerarquías que nacen en la fase educativa perduran a pesar de todo… ¿Quizás se esté produciendo aquí una clara influencia estadounidense en cuya cultura televisiva es un tema constante, pero constante de verdad, pero japonizado o simplemente una más de las manifestaciones del ancestral sentido jerárquico/confuciano de ver el mundo de la cultura japonesa. Y no sé que me resulta más aterrador.

El agujero”,  gira en torno a un pescador con una familia de larga tradición de enfermedades mentales y él es, evidentemente, un alcohólico. El relato comienza a través de la mirada del hijo mayor ante la brutalidad paterna que estalla sin necesidad de motivo alguno-, casi sin darnos cuenta hemos entrado en el delirio del padre siguiendo una espiral entre alucinante y enloquecida dando un giro final sino sorprendente, sí  inesperado. En el delirio y desde nuestro punto de vista se ofrece una notable riqueza sociológica, tanto por lo que dice como por lo que calla. Por cierto, seguimos en la bahía  de Tokyo.