viernes, 29 de septiembre de 2017

Sada Abe, la castración como espectaculo o "El imperio de los sentidos"

 La historia resumida en una estampa de Zanuichi Hanawa
Frente al Japón más o menos de postal que no podemos evitar tener en la cabeza gracias a su soberbia estética, existe, un Japón oscuro y siniestro que en nada desmerece a Poe o Lovecraft. La literatura japonesa del XIX siempre –y digo con osadía, siempre- por muy apacible que nos parezca posee una especie de corriente subyacente de algo que los occidentales no dudaríamos en calificar de siniestro. Si se me permite una referencia cinematográfica aludiré a “La sombra de una duda” , obra maestra sin duda alguna: una pequeña ciudad tranquila, una familia corriente que recibe a un pariente largamente esperado. Con los primeros fotogramas en los que vemos la ciudad “sabemos” que hay algo siniestro en tan apacibles imágenes. A mi leal saber y entender la narrativa japonesa no fantástica (Oé, Mishima, Tanizaki) tiene ese algo siniestro que ni se menciona ni se sobreentiende pero está. Seguro que esto es discutible y que quizás tenga más que ver con los patrones culturales que con otra cosa. En la literatura fantástica ya nos movemos en otro nivel. Sin embargo, la sociedad japonesa, como todas, tiene un lado oscuro que, a diferencia de Occidente, no parece ser tan tabú. Creo que Japón camina sobre la cola del tigre y mantiene un difícil equilibrio en este tema.
Ese, digamos costado umbrío, resulta un tanto sobrecogedor cuando la literatura fantástica está tan cerca de la realidad. De hecho, en pocas ocasiones aquello de que “La vida imita al arte” ha estado tan cerca de ser verdad absoluta que en el caso que nos ocupa; más tarde será el arte quien imite a la vida de las formas más inesperadas y, lo más importante, sin traicionarse como estética.
El caso al que me estoy refiriendo es el “Caso de Sada Abe” que, pese a parecer historia más propia del periodo de Edo que del siglo XX, sucedió en 1936. Como quien dice, ayer desde la perspectiva del historiador. Una prueba más de que las diversas “historias” (social, artística, política, etc.) van desajustadas. Un ejemplo para mí contundente; la Emperatriz Isabel de Austria fue asesinada en 1898 y sólo siete años después Picasso pinta “Las Señoritas de Avignon” mientras el desconsolado viudo sigue al frente de un imperio medieval y absolutista. ¿Hay algo más impensable que pensar que fueran sucesos coetáneos? A esto me refiero al hablar de “historias desajustadas” siendo la que nos ocupa un ejemplo más.
Aunque parezca más propio de la prensa sensacionalista en el fondo vamos a contar una historia de amor y entrega, perversos, retorcidos, casi diabólicos pero amor y entrega al fin y al cabo.
Para empezar hemos de remontarnos a 1905, a Kanda, cerca de Tokyo, y a la casa de un fabricante de tatamis, Katsu Abe, donde nacieron ocho hijos. De todos ellos no intereras el séptimo, una niña, Sada. Como en la mayoría de las biografías sabemos poco de sus primeros años: clase media y poco más, quizás algo malcriada pues de los ocho hijos nacidos sobrevivieron tan sólo cuatro siendo Sada la más pequeña de éstos. Como en cualquier biografía de cualquier mujer de sexualidad libre se habla de violación siendo muy joven. Es un clásico. Sin embargo, como siempre en estos casos, no existe ninguna certeza.
Ya con más seguridad nos llega que con un carácter irritable y difícil desarrolló una sexualidad tan extraña que la familia la vendió a una casa de geishas a los catorce años posiblemente con la intención de disciplinar la vida de la joven, encauzar esa sexualidad que no entendían y sacarse algún dinerillo. Al fin y al cabo un burgués es un burgués. Peculiar, por no decir rarísimo, que la casa de geishas comprara una muchacha tan mayor, pues entonces se consideraba muy tarde para iniciar la formación de geisha que, como ya sabemos, es extremadamente dura. Desarrolló su trabajoen el distrito rojo de Tobita, en Osaka, bien de prostituta o de geisha de muy bajo nivel (el mundo de las geishas es uno de los más jerarquizados que imaginarse pueda) cobrando fama de conflictiva tanto con los clientes como con las “casas” donde trabajaba de las que intentó escapar varias veces. Cuando lo logró cambió de identidad para librarse de las deudas contraídas con sus proxenetas. Aunque en este aspecto los proxenetas de hoy no hayan cambiado de método, he de destacar que en los años la prostitución era legal en los barrios de placer. Tanto entre burdeles  como entre las casas de geishas del nivel que fueran las relaciones sociales entre ellos eran tan complejas y protocolarias como cabe esperar de la cultura japonesa. De Osaka pasó a Tokyo y de la prostitución legal –reglada y controlada- a la ilegal. En cualquier caso hay que destacar que hizo varios intentos de escapar de ese sórdido mundo en varias ocasiones sin conseguirlo.
En uno de estos intentos entró a trabajar como camarera en un pequeño hotel regentado por quien habría de ser el hombre de su vida: Kichizo Ishida.
Pese a su sexualidad exacerbada y extraña y a haberse desarrollada en la práctica mecánica del sexo, Sada no había vivido más que la parte más carnal y menos sana del sexo. Será Kichizo (Kichi) quien la descubra e inicie en otro tipo de sexualidad más hedonista y sensual, quizás incluso espiritual. ¿Enamoramiento? Pues a juzgar por las declaraciones “a posteriori” yo no podría negarlo por mucho que nos cueste entenderlo desde aquí y ahora.
Kichi parece ser que era hombre sensual y abierto a todo en el sexo, Sada, diestra en los resortes físicos descubren juntos una nueva dimensión del mundo de la carne. Su encuentro debió para ellos un seísmo interior y una revelación erótica en la que cabe todo, todo, absolutamente todo. La intensidad de sus prácticas sexuales fue creciendo en variedad hasta llegar a juegos sibaritas sadomasoquistas. Fuese por sus naturalezas, su voluntad o arrollado por la torrencial y viciada de Sada, era Kichi quien ocupaba la posición inferior, sumiso o, como se diría ahora, el pasivo y a lo que parece de muy buen grado pues ni siquiera se recataban lo más mínimo cuando salían llevándole cogido por los genitales en plena calle. Genitales por los que Sada fue desarrollando una obsesión acuciante que en nada molestaba a Kichi (¿A qué hombre lo haría?) mientras las espiral en busca de más y más placer crecía hasta arrastrarles.
Sin límites, Sada entregada a juegos cada vez más intensos y Kichi entregado a Sada, llegaron a una tan antigua como peligroso: la axfisiofilia, evidentemente, es una parafilia consistente en privar a la pareja o a sí mismo de la libre entrada del aire, existen ejemplos muy antiguos pero parece ser (según deduzco por lo que veo pero es sólo una opinión) que se puso un tanto “de moda” en los años treinta. De la mano de la mujer Kichi entró en la ruleta rusa que viene a ser tal práctica sin dudarlo.

Así llegó la noche del 18 de mayo de 1936, cuando Kichi –parece ser que tras varios días orgiásticos continuados sin pausa alguna- le pidió a Sada, según sus declaraciones posteriores: “No te detengas… el despertar es demasiado doloroso”. Así lo hizo ella alcanzando en el instante del acto una sensación que, dijo, “llenaría el resto de su vida”. Con su obi todavía en el cuello de su amante le cortó los genitales, paseándolos bien envueltos en una revista según algunos, yo prefiero la versión que afirma que era en un pequeño bolsito de mano. Antes de irse trazó en el brazo muerto de su amante con un cuchillo de cocina: “Sada, Kichi, juntos”. Pocos días después la atraparon en Osaka a punto de comerse su trofeo.
El suceso se difundió deprisa, los medios, sobre todo la radio, tenían ya mucha influencia, llegando a crear verdadero pánico que provocó una huida despavorida de la población de Ginza, barrio de Tokyo populoso y comercial de siempre, cuando corrió el rumor de que Sada había sido vista allí.
Contra lo que cabría esperar la amante asesina se convirtió en lo que ahora llamaríamos un personaje mediático muy popular. La condena fue extrañamente leve limitándose a unos años en prisión, parece ser que fueron seis pero hay divergencias. Al acabar la guerra Sada toda una celebrity y poco después se convirtió en una especie de abanderada de las libertades sexuales, icono de la cultura tradicional y autora y colaboradora en varios libros de gran éxito. Desapareció de la vida pública en el año 70.
 
¿Y Kichi? Pues lo que quedaba de él estuvo expuesto públicamente en el Departamento de Patolología de la universidad de Tokyo.

La imagen que encabeza esta entrada ilustra la capacidad del arte japonés de recoger los sucesos de última hora; pero, sobre todo, la naturalidad con que se aborda este lado siniestro de su cultura perdurando los temas en el tiempo. Es más, aunque esta afirmación resulte un tanto radical, cabría decir que,  a diferencia de Occidente –los temas y los estilos son abandonados en cuanto surgen otros nuevos- en la cultura japonesa nunca  se abandona un tema o un motivo.  Esto es especialmente cierto en las artes plásticas –incluyendo el cine, por supuesto- y no tanto o tan fácil de detectar al ojo occidental en el las literarias, más bien en su prosa, aunque algunos cuentos de los más grandes autores de la segunda mitad del XIX y primera del XX pueden demostrar lo contrario en sus estructuras indudablemente clásicas.

He mencionado así, como quien no quiere la cosa, el cine. Japón ha dado en su edad de oro (antes del neoliberalismo de sus productoras y de la extensión salvaje de la violencia y de la animación) algunos de los más altos ejemplos de la cinematografía universal, plagiadas u “homenajeadas” dos mil y una vez en Occidente, muy especialmente en el Western. No es el tema que nos ocupa ahora pero sí uno de sus frutos más impactantes, ya pasada la edad de oro, que resulta especialmente interesante para el tema. Por supuesto, me estoy refiriendo a “El imperio de los sentidos” de Naghisa Oshima  de 1976 donde se recogen sin demasiados excesos, visto lo visto, la historia de Sada y Kichi. ¿Excesiva? No, ¿Explicita? Sí, sin duda demasiado para algunos países que aun hoy es calificada de pornográfica o poco menos cuando lo cierto es que lo único que petrificar al espectador es saber que fue un hecho real.
 
 


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