Sobre
lo que llevamos visto y aunque esta serie de entradas esté quedando en un orden
poco o nada ortodoxo, he de tratar ahora, alejándonos un tanto de Madame
Butterfly, el conjunto de visiones que nos han ido dejando sobre la mujer
japonesa las miradas occidentales desde aproximadamente el siglo XVI, que ha
sido llamado pomposamente “el siglo cristiano” de Japón. San Francisco Javier y
sus compañeros, no solo jesuitas, suponen otra forma de “colonizar” el Imperio
del Sol Naciente, el hecho de que se use el término “evangelizar” e incluso de
que en principio acudieran allí con las mejores intenciones cristianas no
cambia ni el hecho, siempre inevitable, de que éstas se degradaran, ni la
profunda incompatibilidad sobre el mismo suelo de dos religiones que tienen
como cabezas visibles a dos hombres divinizados, o casi. Las persecuciones y
matanzas de cristianos en un momento en que se estaba gestando un Japón
unificado eran, por doloroso que sea admitirlo, fruto inevitable de la
situación. Hasta qué punto el “cerrojazo” del Japón Tokugawa doscientos años
vino determinado por el afán de mantener alejadas las ideas cristianas del país
es asunto que se escapa de nuestro tema y merece un estudio serio que dudo
mucho alguien quiera hacer. De aquel “siglo cristiano” ha quedado el llamado
arte Namban y diversos textos de sacerdotes, así como un puñado de mártires que
raramente se recuerdan hoy como San Pablo Miki y sus compañeros de destino.
Sobre
el arte Namban prefiero reservarme mi opinión y sobre el aspecto religioso sólo
diré que respeto demasiado la vida humana como para no escandalizarme en varios
sentidos al tratar este punto. Resulta evidente que para el tema que nos ocupa
son las referencias a la condición femenina que nos dejaron los misioneros
jesuitas, dominicos y franciscanos. Lamentablemente sus observaciones ya llegan
un tanto mediatizadas por el conocimiento de la mujer china. En general no
suelen describirlas aunque se menciona su belleza; les interesa más el papel
subordinado frente al hombre. Por poner un ejemplo citaremos la obra del
jesuita Luis Frois (1532-1597) “Tratado
sobre las contradicciones y costumbres entre los europeos y los japoneses”
de 1585 en el que dedica el segundo capítulo a la mujer, contraponiéndola a la
occidental.
Principios
culturales básicos y errores de bulto por ambas partes provocaron las
persecuciones y el cierre absoluto de Japón qué sólo podía comerciar con
extranjeros en la isla de Deshima o Dejima, frente a Nagasaki (ciudad de
nuestra protagonista la llamemos como la llamemos) y tan sólo con chinos y
holandeses. La avaricia colonialista occidental y un sistema de gobierno
paquidérmico y anquilosado llevaron a Japón a ser abierto a cañonazos; pero si
lo que esperaban era algo parecido a lo ocurrido en China, que casi devoraron,
se debieron quedar con dos palmos de narices y perdón por el vulgarismo. Japón
resultó ser “incolonizable” por diversas causas que no hacen al caso. Quizás
fuera esto o su profundo exotismo lo que atrajo a intelectuales de todo tipo a
visitar y escribir sobre Japón y también a muchos diletantes que,
desgraciadamente, también escribieron.
Mientras
esto ocurría en el mundo, en España no existió un interés tan marcado. No es
por nada pero menudo siglo llevábamos aquí como para exotismos: 1868 fue el año
de la apertura japonesa pero también el de “La Gloriosa” y la expulsión de
Isabel II. Por tanto los textos en castellano se deben a autores
hispanoamericanos que, por lo general, no prestan demasiada atención a la
condición femenina, salvo, como es natural, a las cortesanas y geishas, así
como al hecho de la prostitución legal y no vergonzante. Entre los pocos
españoles que dejaron testimonio está Francisco de Reynoso, diplomático
destinado en Yokohama del 1882 a 1884 y que viene a ser casi la contrafigura de
Loti, al menos en el modo en que trata a la mujer japonesa mostrando el alto
concepto que tiene de ellas. Harina de otro costal es la opinión de los
misioneros de principios del XX pues, reconociendo su papel capital en la
sociedad, la descarta como elemento de cristianización. Nunca será fácil para
un occidental comprender del todo el mundo religioso japonés.
Resulta
sobremanera interesante que la mujer japonesa, especialmente durante el más que
peculiar periodo Taisho (1912-1926), ve como la occidentalización le abre todo
tipo de puertas incorporándose al mundo laboral. Es importante igualmente
destacar que durante el inmediatamente anterior periodo Meiji las geishas
cobraran una especial relevancia siendo ellas eje y catalizador de no poca
actividad política. Sin duda fue el momento en que la geisha alcanza la
categoría de mito, y no sólo en un sentido.
Por
un lado la geisha encarnará para el burgués colonialista la sumisión y la
entrega perfecta –en una fantasía en esencia igual a la del harem islámico que
tanto juego dio a las artes con sus odaliscas, baños turcos y novelerías
varias- . Un segundo aspecto es, curiosamente, apenas se menciona antes del
japonismo es el de su belleza, algo que la cultura japonesa sabe crear como
ninguna. Mezclando ambos conceptos se crea un mito básicamente sexual que ha
dado lugar a no pocas confusiones entre geisha y prostituta. El universo de la
las geishas no es inmaculado, desde luego, pero sí mucho más complejo que eso y
a él habremos de volver con algo más de detenimiento, tanto en la realidad como
en el mito.
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