miércoles, 26 de septiembre de 2018

OKUZA KANAME O LA MUJER TORTURADA

 He querido encabezar con esta imagen pues es la labor de un tatuador sobre el cuerpo sometido de una mujer especialmente desnuda, algo infrecuente.
Ante todo he de decir que desde mi humilde y leal saber y entender la obra de Okuza Kaname es, al igual que otros ejemplos que hemos visto, una elaborada y demasiado fácil de pasar por alto unión de las culturas y formas occidental y japonesa.
Unos pocos datos que nunca están de más pero que tampoco, creo, nos van a ayudar a admirar más las obras de este autor. Nacido en Nigata en 1939 fue educado en el arte pictórico por su tío Sakai Soushi y pronto dominó además el arte del tatuaje llamado irezumi, al punto de ser referencia e inspiración de otros muchos artistas, muy especialmente de Horiyoshi III. Se da el caso de que clientes tatuados por éste con temas basados en Okuza posaron para nuevas obras de éste. De hecho su libro de 1995 es una referencia para los tatuadores de irezumi actualmente. El gran logro del autor es haber sacado a la cultura popular tatuajes incluso en postales y puzles dado el estigma que tiene el tatuaje como subcultura bastante marginal (como hasta hace bien poco en Occidente) Murió en 2011. Hasta aquí lo que tenemos que nos puede interesar de su trayectoria.
Amarrada y azotada la expresión de la figura esta tan lejos del dolor como del placer, tan lejos del desnudo por sus tatuajes como de las vestimentas tradicionales, incluso lejos de la violencia que sufre.
El tema por que nos fascina el autor y que le ha dado fama tan universal como puede serlo es la mujer. Hasta aquí nada novedoso pero sus mujeres son bellas damas, creo que más ajustadas a cánones occidentales que japoneses, torturadas, atadas, violadas, abusadas, sometidas al sublime arte del Shibari o las más horrendas aberraciones. Al dominio de la imagen de la mujer Okuza añade el del arte dl tatuaje y sus mujeres aparecen siempre tatuadas con temas más o menos reconocibles pero siempre dentro de la tradición japonesa.
 


El exquisito cuerpo desnudo (con algo en su postura de San Sebastián) sufre la cercanía a su sexo del filo del sable y los azotes a sus pechos con apenas un entrecejo fruncido, más pendiente del sable que del dolor. El valor a nivel simbólico del sable como falo no puede quedar fuera de nuestra visión de conjunto, al igual que esos pequeños trozos de tela, que están pero no cubren.
 No es así su dibujo, que no puede estar más lejos de las imágenes eróticas tradicionales de tintas planas y demás, es un dibujo muy occidentalizado con una clara tendencia al desnudo, casi intocado en la tradición japonesa. Clara tendencia, que no desnudo per se. Si nos fijamos vemos que sin ser un absoluto, muy a menudo aparecen telas que no cubren pero que recogen ese gusto por las vestimentas como rasgo esencial de las obras eróticas japonesas.
Casi percibimos la cercanía de la muerte pero la imagen es serena, no se revuelve, no se resiste, parece contemplar como el agua se le va acercando. Los pequeños juncos del fondo, perdidos en la niebla dan profundidad y también un marco de naturaleza que resulta casi imprescindible a las artes japonesas
 Sus imágenes son crueles, más allá incluso del sadismo vulgar y convencional del látigo y los azotes. Las hojas de cuchillos y sables, por supuesto las ataduras complejas, situaciones extremas como la cercanía al ahogamiento de la imagen superior o, mucho más a menudo, la exposición al frío en paisajes nevados apenas insinuados pero que no admiten dudas,  incluso la cercanía del fuego aparece como amenaza. Esas mujeres indefensas, objetualizadas si queremos, no parecen ni intentar rebelarse sino que se entregan al dolor y al sufrimiento como a la embriaguez. Sin duda la crueldad refinada y mental que presentan es muy superior a la que sugiere el Divino Marqués, por ejemplo.
Este ejemplo es sin duda el más cercano a la tradición del shunga. La postura, las telas que aquí se funden con los tatuajes para cubrir las pieles y casi las expresiones vienen de allí, sólo le aleja el tronco desnudo sin paliativos de la mujer y sus ataduras, a las que, si se me permite una interpretación un tanto literaria se ha entregado de buen grado, al menos aquí.
 
 Torturas crueles con dudosos finales pero que en ningún momento dejan de ser exquisitas, las torturas y las obras, con un sublime punto de abandono. Cualquier relato o ilustración occidental resaltará los gritos, los quejidos y las súplicas de las victimas. Ante las obras de Okuza no oímos sino el respirar más o menos agitado de la mujer, el caer de la nieve y, en los casos en que aparecen sus agresores, las brutalidades de ellos.
Brutalmente violada parece haber renunciado a toda resistencia, los restos de la misma y el gesto agónico nos muestran, sin hacerlo, lo ocurrido y con el indefinible arte de sugerir tan japonés un erotismo poco limpio del espectador mientras las peonías y las cuerdas visten su cuerpo.
 Occidentales son las largas melenas agitadas, revueltas, los grandes senos (elemento de la anatomía femenina a la que los cánones estéticos japoneses no parecen dar importancia). Japonesa es la ausencia de miembros masculinos y, por tanto, de esas desmesuras que aparecen entre sedas en la pintura tradicional erótica. Quizás lo más cercano a estas representaciones no haya que buscarlo en temas sexuales de la tradición sino en el horror de los infiernos budistas, al menos conceptualmente.
Poco o mucho hay que decir de esta imagen en la que la naturaleza cobra especial fuerza y que parece estar contándonos una historia de amor larga, cruel y como toda historia de amor que se precie, trágica.
 Desnuda pero casi vestida, por las escasas telas que aparecen pero sobre todo por los tatuajes y muy frecuentemente por elementos naturales que no cubren su cuerpo pero visten el conjunto y lo entroncan con la tradición japonesa de integración con la naturaleza, con la veneración de hasta el más mínimo elemento de la misma que se llega a convertir en algo fundamental en cualquiera de las artes japonesas.
Abandonada y expuesta en su límpida desnudez, dibujando con su cuerpo curvas y contracurvas propias del shibari, con su sexo descaradamente expuesto y su tatuaje en espalda y hombros, esta belleza está condenada a la congelación, o eso sugiere, y, sin embargo,  en perfecta compensación con la línea que traza el tatuaje, unas cuantas flores rojas aparecen entre la nieve. Es la propia naturaleza la que viste y cierra esta composición basada en diagonales paralelas (rama, vientre, tatuaje y flores).
Imágenes de una perversión perturbadora, provocadora, que lleva el erotismo por caminos que occidente apenas logra intuir y percibir. Un verdadero placer para los sentidos y para los amantes de los laberintos del erotismo y la sexualidad un tanto oscuros.

sábado, 8 de septiembre de 2018

GENGOROH TAGAME

 
En la ultima entrada hablé de este autor como una muestra de la forma de entrecomillas, fusión, cierro comillas, entre Japón y occidente en el tratamiento gráfico de temas más o menos universales. Evidentemente, eso es innegable, que el tema en que reina Gengoroh Tagame es el porno sado homosexual, pero no es excluyente. Si el otro día puse el punto de vista exclusivamente en ejemplos claramente sexuales hoy quisiera, sin apartarme de ellos (aunque lo intentara) echar una ojeada a ejemplos más concretos y específicos. Aunque no sé si sabré expresarme en condiciones. 
 La obra con la que se encabeza esta entrada es un tema evidentemente erótico pero con cierto toque cómico. Representa el "uso sexual" de dos tengú, seres legendarios que se caracterizan por su gran nariz roja que, evidentemente están usando para otros fines. El tratamiento es occidental, nada de tintas planas etc pero no el tema, nada hay más japonés que un tengú, sobre todo si tenemos en cuenta que ellos fueron quienes adiestraron a Minamoto Yoshitsune (espejo de caballeros) durante el tiempo que permaneció recluido en un monasterio de jovencito antes de convertirse en mano derecha de su hermano mayor Minamoto Yoritomo. Hay ocasionalmente referencias a que en los monasterios las labores de los novicios iban un poco más allá de lo que cabría esperar, cierto que teniendo en cuenta la situación muy a menudo los monjes tenían que tener una férrea formación bélica, vamos que quizás no estuvieran en el monasterio por vocación religiosa. La ilustración, sugiere, por lo menos me sugiere a mí que los tengú también se cobraban sus enseñanzas en especie, si se me permite la grosería que no es tanta cuando la sexualidad en Japón fue muy libre hasta que llego la Santa Occidentalización, y el gozo se hizo pecado.
En la segunda imagen el autor ha jugado de un modo bastante provocador con el viejo arte del tatuaje japonés representando lo que siempre ha sido una Deesis (Jesús crucificado con Maria y San Juan) en un peculiar rompimiento de gloria con carpas por los cielos. El tanto ensangrentado y semioculto delata que el crsitianismo de la imagen no es sino superficial y también en cierto sentido el aspecto occidental del dibujo. El resultado, en mi opinión es espectacular.

La tercera imagen es "inequívocamente japonesa", prácticamente es la versión perversa de "El sueño de la mujer del pescador" de Hokusai, si allí con la técnica de la estampa de su tiempo abordaba la violación´, más o menos. de una bella mujer por un pulpo, aquí nos muestra a uno de los tiarrones característicos de su autor en posición muy semejante, dibujado totalmente a la occidental que está siendo castrado por un cangrejo mientras está atado con un alga. El tema universal del terror a la castración, la constante japonesa de los animales marinos, para bien y para mal, el desnudo sin reparos occidental, las algas amarrándole vuelve el mundo marino y, finalmente, el tamaño normalito de su sexo ajeno a los despropósitos gigantescos del shunga, e incluso a algunos otros ejemplos del propio autor, nos están hablando de una muy peculiar manera de unir ambos mundos a nivel comic, manga o ilustración, como queramos llamarlo.
He mencionado que los temas centrales del autor son la homosexualidad dentro del sadismo pero no es un tema exclusivo pues si no estoy mal informado, algo que siempre es posible, ha creado un personaje cuyas historias tienen poco que ver con todo lo que vengo diciendo, tanto en técnica como en asunto. Ni siquiera hace falta comentar nada viendo la imagen:

lunes, 27 de agosto de 2018

GENGOROH TAGANE, EJEMPLO DE FUSION

 En la entrada anterior parecía estar un tanto en el universo de la guerra de las galaxias pero no. Es evidente que las luces producen sombras pero también que lo que en Oslo es un día normal, en Sevilla es una helada histórica. Habíamos dejado el tema en el punto en que la cultura japonesa entra en contacto con la occidental de un modo radical. Por aclarar un poco, Japón entra en contacto con la cultura occidental en la era Meiji en el XIX, las influencias de escritores anglosajones y franceses en los inmensos narradores de la segunda mitad del XIX y del XX nos lo demuestran. Sin embargo, aunque sea un tanto tosco el concepto, poco pulido, creo que con el militarismo se produce un cierto alejamiento relativo de la cultura occidental. Por eso cuando digo que entró en contacto de un modo radical me refiero al momento en que tras la guerra del Pacífico Japón se ve envuelto en un juego de fuerzas contrarias y centrífugas algunas pero que hacen que el choque de nuevo con Occidente y su cultura sea brutal, absoluto e irreversible. Sobre todo es tan potente que en pocos años ya es difícil saber quien influye a quien.
En ese lado del arte que no es apto para menores y que, por tanto, ni se menciona ni se toma demasiado en serio, el erotismo y la pornografía, es donde quizás sea más evidente o mas espectacular si se quiere el pulso con que Japón ha tomado casi literalmente las normas estéticas europeas frente a las tradicionales pero sin dejar de tener un aire inequívocamente japonés.
Desde mi punto de vista uno de los más claros ejemplos de lo que vengo sosteniendo es Gengoroh Tagane, nacido en el 64, heredero directo de la generación que vivió los bombardeos atómicos, algo que nunca se debería perder de vista.
 La obra de Gengoroh Tagane es básicamente pornográfica, sin ningún sentido negativo, en absoluto, homosexual y sádica. Este último punto nos debería resultar lógico después de haber visto la historia de Sada Abe. Ahora bien, echemos una somera mirada a los trabajos del autor. Su dibujo no puede ser más a la manera occidental, detallado y realista, escorzos, perspectivas, poco o ningún interés por los elementos naturales, desnudo, de acuerdo, pero viendo la imagen que encabeza este párrafo, por ejemplo, ¿alguien dudaría de que el autor es japonés a poco que sepa de Japón? Lo dudo mucho. Una vez más se ha encontrado una peculiar forma de modernizar sin traicionar. Concretamente en esta imagen, sádica por demás, juega con elementos del shibari que colocan al personaje en una situación límite.
Su ideal masculino son hombres grandes, fuertes, barbados y velludos como el que inicia la entrada, un tipo más occidental que nipón pero viste, cuando viste, un kimono escaso que descubre más que cubre y cuando se le somete a colgarle cosas de partes anatómicas que ya cuelgan de por sí (occidente pone botas, pesos etc) esas cosas son jarrones de porcelana con la carpa pintada. Capa sobre capa el resultado es ante todo culturalmente japonés.
Hace unos años ediciones La Cúpula sacó al mercado español una de las obras cumbres de Gengoroh en tres volúmenes "La casa de los herejes". Evidentemente es un manga. Estéticamente se han sumado los valores gráficos japoneses que llegaron a Marvel, por ejemplo, y los ha vuelto a recoger transformados por la estética de los superhéroes. Perspectivas, sombras, realismo y detallismo, casi de línea clara se podría decir, es mucho decir, claro. Ahora bien, heredero de la manera explicita de expresar el sexo de los shunga, sus imágenes pornográficas tienen una potencia incontestable. Aunque se pudiera admitir que estéticamente está más cerca de occidente, cosa que es muy muy muy cuestionable, la trama va mucho más allá de lo que llegaría occidente en casi todo, ofreciendo al mismo tiempo la visión panorámica de la forma de entender el mundo y la vida del Japón tradicional. Realmente es una historia espeluznante en la que se saltan y profanan los tabús universales casi con familiaridad. Al leerlo llegas a dudar si estás ante una obra pornográfica o un relato de terror, quizás no demasiado alejado del universo de Poe.
De nuevo incluso en algo tan poco "oficial" se logra una síntesis sin traición. Occidente nunca lo ha logrado. Cargamos con demasiados tabús y demasiados eufemismos.

jueves, 9 de agosto de 2018

LA OSCURIDAD JAPONESA

Obra de Toshio Saeki (1945-     )
 
Esta entrada bien pudiera como la anterior entenderse como mis relaciones íntimas con la cultura japonesa pues va a vuelapluma y es "de opinión" .
Como todo, la cultura japonesa tiene sus luces y sus sombras y si en las luces nos sobrecoge su exquisitez en las sombras simplemente nos aterroriza. Es ese aspecto creo que Japón y España se parecen mucho, también nuestras sombras tienen lo suyo aunque, seguramente por el control de la iglesia católica, no las hayamos plasmado de manera tan explicita. Incluso el maestro del lado negro literario, D. Don Ramón Maria del Valle-Inclan, no resulta brutal Estoy desbarrando un poco pues antes de nada hay que decir que las sombras españolas (y olé) son más, casi exclusivamente, sociales y muy apegadas a la cruda realidad. Puede que mi ignorancia sea tan excelsa que caiga en estar en la inopia en este tema pero no tengo presente ningún autor de literatura fantástica hispano, cuentos sí, pero no mucho más. Lo único comparable a la barbarie de las sombras en las artes plásticas japonesas sólo puede ser Don Francisco de Goya y Lucientes, en especial "Los caprichos", "Disparates" y por encima de todo "Los desastres de la guerra" en los cuales no hay ni una pizca de fantasía, desgraciadamente. Japón, en cambio, parte casi siempre de un elemento sobrenatural, tomado de la tradición oral y sus variaciones para crear otros mundos.
Siempre desde mi conocimiento limitado este tipo de obra no aparece, o lo hace muy raramente, en pinturas y grabados. Por supuesto, los combates de los héroes con monstruos sí que son tema de grabados, hemos de contar que el esplendor de la estampa japonesa se alcanza en el XVIII, quizás cuando ya esas tradiciones hayan perdido su fuerza inicial para ser poco más que temas decorativos. El ejemplo más claro es la célebre estampa de Hokusai de la mujer poseída por el pulpo. Se tomó un mito casi fundacional y se le fue degradando para acabar siendo lo que había sido poderoso dragón marino, un pulpo lujurioso y el acto de abrir el vientre a la heroína se convierte en un espasmo casi pornográfico. O sin casi.
Ese es otro tema que arrancaría de los shunga y evolucionaría de una manera a partir de ahí. En Europa hemos tenido que bregar con veinte siglos de castidad artística para acercarnos a ese nivel sexual-sensual. Tema el sexual que, aunque lo parezca, nunca ha estado muy lejos de la oscuridad japonesa: mujeres zorro, mujeres de boca sin fin, mujeres de largos (y fálicos) cuellos, mujeres sin cara, incluso hoy la imagen más terrorífica no gore es la de la mujer-niña con el pelo mojado cubriendo media cara y el ojo libre mirando fijamente hace brincar en sus asientos a media humanidad. Este sería un elemento básico de esa faceta oscura.
Otra sería, demasiado obviamente, Godzila & company. Terror posnuclear que marca todo un género mundial recogiendo algunos elementos indígenas de cada país.
Ante este panorama se siente la tentación de pensar que ese aspecto terrorífico y sádico (El imperio de los sentidos, por ejemplo) arrancaría de las Bombas del 45. Sin embargo, no es así, sino que, como dije más arriba, está presente en la tradición oral y artística pero en otras artes como la prodigiosa y apasionante iconografía del tatuaje.
Con todo ese acervo (en el los yokai no cuentan demasiado) Japón entra en contacto con occidente, seamos rigurosos: las artes japonesas entran en contacto con occidente y asimilan formas y principios que integran es los suyos dando como resultado unas artes que muestra una oscuridad más que perturbadora


miércoles, 1 de agosto de 2018

RELACIONES MUY INTIMAS

Sí, es la única manera con la que puedo definir la relación que mantengo desde hace muchos años con la cultura japonesa y su entorno.
Ahora, realmente, ya no sé si es amor, adicción o puro masoquismo. Quizás cabría todo en el término fascinación. No necesariamente para bien, no confundamos. Más o menos quien se acerca en serio a la cultura japonesa acaba como el hombre de la ilustración, atrapado por ella y sin escapatoria posible. No importa cuanto intente alejarse de ella, vuelve siempre, o, algo curiosísimo, te vuelve a ti. Encuentras a alguien, o algo, o te preguntan. De algún modo el tentáculo, tan amado por ellos, sigue sin soltarte aunque sepas que no puede salir nada nuevo ni bueno de ese reencuentro, a veces ni siquiera placer estético.
Hubo un tiempo en que estudié Japón de un modo que quería ser profesional, de hecho me doctoré en arte japonés. Bueno, ya sabemos que es tema minoritario (¿en serio?) y que poco charco para demasiados peces y algún que otro lagarto/a. No es eso de lo que quiero hablar sino de algo más sutil (como japonés que es, claro) y que en román paladino se traduce en la enorme cantidad de dificultades que, no se sabe de donde, aparecen para investigar en cuanto se huele (quien sea) que vas en serio. Entre eso y la vieja técnica del cuco me decidieron a abandonar la investigación, más el veneno, el tentáculo, me tenía demasiado atrapado como para poder alejarme de la fascinación. Cuando lo hice las dificultades, no sólo para mí, iban creciendo y bajando. Explícome: crecían en número y bajaban los salarios por conferencia, por ejemplo.
Me alejé si no con alegría sí con cierto alivio, una especie de "ahí os quedáis" castizo, pero como dice el tango, siempre se vuelve al primer amor. Aunque no se quiera. No ha mucho apareció un viejo fantasma de entonces. Cuando le conocí era un joven pujante y enérgico, hoy parece succionado como uno de esos seres sobrenaturales de la tradición japonesa. No es de extrañar, por lo que me estuvo contando le va bien, claro que ese concepto al hablar de estudios japoneses puede no ser lo que parece. Las dificultades no han crecido, se han convertido en otra cosa parecida a un intento de control de lo que se dice cuando y donde en función de no sé sabe (o sí) de qué intereses. Lo curioso es que no viene de un único frente y que el resultado viene a ser (perdón por la exageración) una investigación "al dictado". Esto dices, esto no dices, lo de más allá me lo cambias. Por supuesto la dosificación de la que ya hablaba el Dr. Vallejo Najera en Mishima o el placer de morir permanece (en la cultura japonesa todo permanece salvo la mirada)
Resumiendo y para acabar esto es un aviso a navegantes. La investigación actual sobre cultura japonesa hay que cogerla con pinzas, no es que carezca de rigor (casi nunca) o de trabajo sino de ese filtro de cristal que está, por que está, pero no se ve por que es demasiado sutil. Me encantaría poder decir que la investigación está prostituida pero no puedo. Primero por que como decía Filomena Marturano "aquí no paga nadie" y segundo por que mal se puede uno prostituir por algo tan adictivo y hermoso como las artes japonesas. "Mediatizada", tampoco exactamente, "controlada", no, por Dios. En fin que como no sé explicarme mejor dejo a vuestro leal saber y entender el sentido.´
Sólo un par de cosas más: hay muchos investigadores que se están dejando la piel con un trabajo serio y profundo, riguroso y contundente. El problema es cuando esos trabajos llegan a nuestras manos que no es que se hayan cambiado pero... En suma y en sigue: si cualquier texto requiere una mirada distanciada y crítica, los frutos de los muy formados investigadores actuales de la cultura japonesa, hay que "trabajárselos" un poco más para distinguir donde acaba la aportación del autor y empieza otra cosa.
Todo esto se podría decir con palabras más contundentes y que dejaran más claro el asunto pero ya no sería políticamente correcto (de hecho, esta entrada ya no lo es) y además dada la dureza del castellano no serían probablemente justas.

martes, 5 de junio de 2018

SHUNGA: UNA ENTRADA A VUELAPLUMA



Partiendo del peincipio de que no soy un experto en el tema y después de haber visto unos pocos cientos de estampas de este tipo y sin querer sentar cátedra podría aportar alguna reflexión, si no nueva, si en otro contexto. Una de ellas sería encontrar los rasgos comunes a todos ellos (o a casi todos, recordemos que la excepción confirma la regla) y, a su vez, elementos que desde occidente nos sorprenden como objetos que puedan ser considerados eróticos.

Pausa considerativa: es complejo el tema si entramos a definir y separar lo que es pornográfico de lo que es erótico y no ya solo por las diferencias de las culturas sino por la diferentes visiones dentro del mismo entorno cultural y las posición moral o religiosa que rija en cada momento y en cada sitio. Tras arduos debates con el grupo de investigación no llegamos a ninguna conclusión que pueda ser válida a la hora de responder a ¿los shunga son eróticos o pornográficos? Y dado que, oficialmente, tengo libertad de pensamiento, me permito expresar la mía antes de seguir con los rasgos comunes. La diferencia entre uno y otro concepto es tan delicada como una telaraña y, al final, está en el ojo de quien mira. Más importante es la cuestión de base del conflicto. Me refiero a que si consideramos una experiencia artística de cualquier tipo erótica es algo positivo o por lo menos tolerable, en cambio si lo consideramos pornográfico no lo es y empiezan los escándalos y demás. Recuerdese cuando la Maja desnuda era pornográfica. Ahora bien ¿alguien me puede decir qué tiene de malo la pornografía ante los adultos? O yo soy un depravado o estamos todos locos. Tengo casi sesenta años (hala el abuelo este!) y todavía no he encontrado nada negativo en la pornografía entre y para adultos, sin olvidarnos de que sea consentida en el caso de la fotografía, películas y demás (en las artes tradicionales no creo que usaran muchos modelos para estas cosas) Pero los limites son los mismos que para cualquier otra manifestación (llevaríamos a nuestros hijos a ver “Esperando a Godot”, pongo por caso) y para ir cerrando esta pausa considerativa expondré mi posición ideológica ante el tema, erotismo y pornografía son lo mismo a nivel universal, a nivel de nuestra cortita visión eurocéntrica se puede considerar que la pornografía es el erotismo pasado de rosca. Ahora bien y dejo el asunto en el aire: la Historie d’O película se consideró erótica cuando es una de las películas más brutalmente agresivas a lo establecido en las relaciones hombre-mujer. Sin embargo, vemos una porno estándar: cuerpos desnudos, besos, prácticas placenteras, gozo físico y el esplendor completo de los cuerpos humanos. Cual de ambas tiene elementos mas dañinos para la mente del hombre occidental. Y conste que Histoire d’O la vi con quince años. (aquellos cines de verano) que viene a ser la peor edad para verla.

 
Obviando pues el tema de lo erótico/pornográfico del shunga, que tanto ha dado que hablar, veamos algunos de los rasgos que veo que son comunes en todos las épocas y otros que a ojos occidentales nos resultan, cuanto menos, desconcertantes.

Uno de los más llamativos a nuestros ojos y característico es la ausencia prácticamente total del desnudo. Creo que, frente a nuestra cultura grecolatina que ha consagrado el desnudo artísticamente y condenado moralmente, la japonesa no ha hecho ni una cosa ni otra. En las artes el desnudo es prácticamente inexistente y en la vida real no tuvo mayor importancia hasta la era Meiji que copió, también en esto, patrones occidentales. El caso es que ante el desnudo se mantiene en Japón una posición ambigua y desconcertante hasta cierto punto. Por un lado los ya mencionados baños comunes y sus peculiares abluciones, por otro la intensa producción de mangas o libros ilustrados claramente pornográficos en los que, en no pocos se “pixela” la zona genital, no en todos desde luego, y, frente a esta actitud más o menos abierta, la legislación japonesa puede encerrar a quien muestre el vello púbico.

Si atendemos, de momento, al aspecto y las razones culturales o estéticas por mejor decir, nos daremos cuenta que no solo las figuras están vestidas y cuidadosamente descubiertas las zonas genitales sino que esos vestidos están jugando un papel fundamental en el plano plástico con sus curvas y contracurvas, las líneas de los estampados y los colores de las diversas prendas superpuestas y sus respectivos estampados. En otras palabras: es una armonía la que se busca en la que se prioriza la parte “pedagógica” pero dentro de un entorno estético tan importante como ésta. Si para occidente el desnudo es un fin en sí mismo, y más si es un desnudo más o menos erótico, en Japón es parte de un todo en el que no ocupa un segundo plano el juego cromático y lineal de las vestimentas. Es evidente que hay shungas con desnudos pero son una aplastante minoría y casi casi me atrevería a decir que de temática homosexual, al menos en su mayoría.

Otro punto característico es el tamaño. Si el tamaño no importa, dicen, los japoneses no se lo creen, o al menos eso dan a entender sus estampas. Los miembros son descomunales y “fornidos” siempre en su esplendor y venosos marcando la fuerza de su imagen, excepción hecha de los miembros viriles de los jovencitos en las estampas homosexuales. En suma: las zonas genitales están muy desarrolladas y destacadas siempre tanto en varones como en mujeres. Mientras occidente, desde Grecia, minimizaba el aparato genital llegando al portentoso invento de la hoja de parra, tan oportuna como difícil de sostenerse, los japoneses nos muestran sexos gloriosos a pleno rendimiento y, lo que viene a resultar lo más importante, sin ningún tipo de clandestinidad ni persecución.

Esta misma potencia en los trazos de los genitales les lleva a veces, sobre todo en estos tiempos, a resultar poco menos que brutales, sin reparo alguno. Sin reparo alguno como nos muestran ejemplos como la trilogía “La casa de los herejes” ilustrada por Gengoroh Taname, en la que se aborda partiendo la tradición cultural y social japonesa (concretamente antes de la Guerra del Pacífico) y desde un planteamiento claramente sádico no sólo la promiscuidad a la que someten al protagonista, sino el espinoso tema del incesto, llegando al culmen en el episodio del hijo violando al padre. De hecho, las relaciones incestuosas son la base del relato. Reconozco que las ilustraciones puede que deban mucho a occidente (el desnudo, por ejemplo) pero no desde luego ni su tratamiento en la página ni en sus planteamientos generales.

Siguiendo con los rasgos que yo he detectado como comunes cabría afirmar que siempre (supongo que con alguna excepción que no he visto) son escenas de pareja de todo tipo, sí, pero pareja a la que ocasionalmente se suma en un segundo plano un espectador hombre o mujer, si es varón suele ser un anciano lo que se presta a novelear con lo que está ocurriendo. Nada de orgías o desparrames. Al contrario, siempre en interiores detalladamente representados.
Un aspecto mas que como occidentales