Retomando
a nuestra Madame Butterfly hemos de volver a un tema largamente tratado: el de
la múltiple paternidad de la ópera en cuanto a argumento, por supuesto. Sí, el
tema es recurrente, viene a ser una más de las consecuencias de la moda
“japonesista” que, a su vez se enmarca en el movimiento más amplio pero muy
definido llamado “Orientalismo”, que, con una amplia visión del Oriente, abarca
desde Marruecos a Japón, pasando ocasionalmente por España, afortunadamente
poco a poco se fueron definiendo los espacios y se aclaró un tanto el asunto
del Oriente. Este asunto en concreto, me refiero al tema de Butterfly deriva y
es clara muestra de cierta rama del pensamiento occidental de la época del
colonialismo.
Tradicionalmente
al tratar este tema se menciona, casi como un tótem, la obra de Pierre Loti,
cuyo nombre real era Louis-Marie-Julien Viaud y cuyo seudónimo viene del apodo
que le endosaron sus compañeros marinos por su “delicadeza” comparándole con
una flor de loto y dejando claro que le consideraban más bien “blandito”. Entre
las diversas obras que Loti nos ha dejado la que nos interesa y quizás la más
popular desde el primer momento, aunque no la mejor, es “Madama Chrysanteme” .
La
obra, publicada en 1887 fue un éxito glorioso pues en Francia rara era la casa
(que podía permitirse comprar libros) donde no se encontrara un ejemplar de
esta breve novelita. Mi opinión sobre ella ya quedó clara en la entrada
anterior pero toca ahora hablar sobre las cualidades que posee tal obra como
para convertirse no sólo en un bombazo editorial decimonónico sino como para
ser considerada poco menos que el Génesis del Madame Butterfly. Creo que el
principal elemento de seducción para el lector de la época es, si se me permite
la expresión, la mirada panorámica que ofrece desde la primera página
describiendo con pinceladas breves sin pretender profundizar en nada pero
creando una ilusión de realidad mediante toques coloristas, exóticos, con un
estilo lleno de diminutivos que no siempre indican tamaño –que desde luego
sería coherente, hasta cierto punto- sino mezquindad, ruindad, y casi
animalidad con giros como “pequeño cerebro”, “mínimo corazón”. En fin, lo que
una sociedad espera confirmar de un territorio que no ha sido capaz de
colonizar. Desde mi punto de vista seria para la buena sociedad chauvinista el
equivalente a una colección de postales escritas y tampoco creo que Loti
pretendiera mucho más, eso sí, queriendo darle un toquecito erótico al centrar
esas postales en un matrimonio temporal con una belleza exótica, a la que el
autor, al fin y al cabo, parece insensible o poco menos. Desde luego no siente
una gran preocupación por la vida interior o el temperamento de la joven. La
cuestión es que un exitazo semejante con el morbo añadido de basarse en una
experiencia personal tuvo como consecuencia una ópera con prólogo, nada menos que cuatro actos y un epílogo, con
el mismo título y compuesta por André Messager y estrenada en 1893.
Sin
embargo, el tema de la “paternidad literaria” o incluso como posible antecedente
de Madame Butterfly que habitualmente se da por hecho me parece poco menos que
una memez, por no decir un disparate. Quizás me equivoque –no soy especialista-
pero creo que la clave de Puccini es que el marino extranjero, a esas alturas
ya se llamará Pinkerton, se casa como Loti, consciente de su temporalidad pero
Butterfly, a diferencia de de Crisantemo, no es consciente de ésta, lo que
desencadenará la tragedia. Volvamos un momento al personaje de Crisantemo
Durante
toda la novela Loti no muestra el menor interés por ella, hay una cierta
sospecha de homosexualidad del autor que explicaría la escasa o nula atención a
la “femineidad japonesa” que tanto ha fascinado a los occidentales (para
informarse más acudir a http://leopoldest.blogspot.com.es/2011/11/pierre-loti-por-la-diversidad-y-contra.html
del magnífico blog L’armari obert). Loti por el contrario no sólo ignora este
aspecto sino que Crisantemo es un personaje casi plano del que se nos da una
mínima información, a menudo aparece simplemente como una dicho en lenguaje
vulgar “sacona” de chucherías y baratijas, un poco ñoña. Si no fuera por una
pequeña “postal” forzadísima por el autor no conoceríamos absolutamente nada de
ella. El marino, a punto de zarpar, regresa inesperadamente a la casa que ha
compartido con ella y la encuentra jugando feliz con las monedas que son el
precio acordado por matrimonio temporal, como una niña, de nuevo como hubiera
hecho Nana si se hubiera encontrado en semejante situación. Eso es cuanto
sabemos de ella, algo que tranquilizaría a las damas burguesas que leyeran
ávidamente la novela y, por supuesto, justificaría ante las más moralistas la
actitud del autor. Autor que, hemos de reconocer, tonto no era pues supo sacar
partido publicando a rebufo del éxito de Madama Chrysanteme en 1889 un texto titulado
“Japoneríes d’automne”, publicado en España, con esa costumbre de cambiar
títulos, como “El Japón” y que sus lectores consumirían ávidamente. Personalmente
lo creo una lectura deliciosa, decorativista, pero deliciosa.
Visto
lo visto y habiendo dejado clara mi opinión sería bueno preguntarse que tiene que
ver Crisantemo con Mariposa y que cada uno vaya formando su opinión.
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