Aquí
debemos dar un salto atrás y volver al insufrible Loti buscando una visión algo
más amplia de la repercusión de su “Madame Chysanteme” y del marco histórico en
que tuvo lugar. Publicada en 1887 obtiene un éxito simplemente arrollador,
hasta el punto de que, como ya mencioné, no había casa –en la que se supiera
leer- que no tuviera un ejemplar. Si bien nos fijamos –aparte de las más que
discutibles aunque no inexistentes de las virtudes de la novela- hay algunos elementos más a considerar para
calibrar su éxito. Políticamente nos encontramos en pleno colonialismo que
generó una clase casi repentinamente enriquecida, ansiosa de novedades y sin
una formación que pudiera decirse coherente
que está ansiosa de novedades que en el plano artístico podríamos
denominar, si se me permite la libertad, “exotismo”. Para encontrar sus
orígenes hay que remontarse por un lado al s. XVIII al s. XVIII con su gusto
por las porcelanas y motivos chinescos –como ejemplo el Salón Chino del Palacio
de Aranjuez- y por otro, y diría que por cercanía temporal, la expedición a
Egipto de Napoleón (1798-1801) que puso de moda lo egipcio en general pero que
resultó especialmente perdurable en el arte funerario del XIX como vemos
siguiendo los artículos de Carlos Saguar.
Este
“exotismo”, además de tener sus etapas dictadas por la moda, como la de
vestirse “a la turca” –prueba es, sin ir más lejos el célebre retrato de Lord
Byron- tuvo, digamos, otros “ismos” y
algunos “neos”, dejemos a estos en paz que nos afectan menos. Estos movimientos
dentro del movimiento fueron curiosamente definidos de un modo peculiar como la
visión de aquel francés de cuyo nombre no me acuerdo y ni siquiera sé si quiero
acordarme, que al cruzar los Pirineos y a la vista del entonces país vasco o
Vascongadas, dijo: “¡Cómo se nota que hemos llegado a Asia!”. Esto nos prueba primero la fuerza de la subjetividad
que puede llevar al ridículo, por otra parte tan frecuente en los viajeros a
tierras desconocidas y pelín chauvinista, y por otra que existe un Orientalismo
“genérico que abarcaba prácticamente definido por los Pirineos, lo que quedaba
por debajo era Oriente, incluido Marruecos.
Si
afinamos un poco más y vamos acotando se irán definiendo dentro de este
Orientalismo genérico otros más concretos, unos con nombre propio y otros no
tanto. Por ejemplo: el africanismo, en principio limitado casi exclusivamente
al ámbito islámico, quedando el Africa Negra o Subsahariana (para ser
políticamente correcto) para ser abordado unos años más tarde, casi dentro del
XX, enmarcado en principio como “primitivismo”.
En cualquier caso nos alejamos del tema y me enredo en este punto que no
domino tanto como desearía. Volviendo al Oriente Islámico nos interesa, a modo
de pincelada ver un subgénero de la pintura que cabria denominar “pintura de
harem” en donde se entra en la intimidad femenina que muestra sin tema
histórico, como hiciera Delacroix en “La muerte de Sardanápalo”, desnudos
femeninos sin límite. Como opinión personal diría que este subgénero arrancaría
del gran siglo del erotismo artístico, el s. XVIII francés, con la traducción a
este idioma (1704 - 1717) de Antoine Galland de las inefables y de altísimo
voltaje erótico “Las mil y una noches”. La figura de la odalisca ya aparece
incluso en obras de Boucher y por supuesto Ingres. Traigo esto a relucir por
que en los tiempos de Chrysamteme y Butterfly existe una serie de “tipologías
femeninas”, tanto pictóricas como literarias en las que ambos personajes, por
otro lado contradictorios, encajan perfectamente, cada uno en su estilo. Sin embargo,
este es tema para más adelante.
Sintetizando:
que entre “neos” e “ismos”, la colonización y la clase de nuevos ricos en las metrópolis hambrienta de novedades existe
una atmósfera muy abierta a recibir casi cualquier tipo de influencia cultural.
Cuando la debilidad del paquidérmico sistema de gobierno Tokugawa en un Japón
enquilosado y paralizado fue patente, se le obligó a cañonazo limpio por las
naves negras del Comodoro Perry en 1868 a abrirse a las relaciones comerciales
y diplomáticas. A raíz de este episodio crucial se produjeron dos hechos
importantes, primero unas crisis casi sísmica de las estructuras del poder
japonesas, hecho que queda fuera de nuestros límites, y, más importante para el
aspecto cultural, las diversas Exposiciones Universales en las que Japón
participó (curiosamente ya habían llegado muestras a la Exposición de Londres
del año 1862, vía Deshima y comerciantes holandeses). Lo cierto es que la
cultura japonesa, especialmente las artes plásticas pues la literatura tardaría
más en llegar, supuso un absoluto descubrimiento en muchos niveles desde el
puramente decorativo, a una nueva concepción de la esencia de la estética. Es
en este contexto cuando Loti publica su novela y, sin duda, fue un potente estímulo
para su desmedido éxito, incluso Van Gogh la menciona en sus Cartas a Theo
resaltando la “desnudez” de esa mirada ante el objeto artístico que se describe
en algún instante ajeno a la protagonista. Existe una leyenda que cabalga entre
lo real y lo absurdo que nos cuenta que las primeras estampas que llegan a
Occidente (es la estampa y no la pintura japonesa lo que tendrá mayor
influencia en la pintura occidental) lo hicieron envolviendo piezas de
porcelana y que fueron los artistas occidentales quienes quedaron fascinados ante
el nuevo concepto estético de tal calado que el arte contemporáneo sería muy
diferente sin la estética japonesa. No importa si fue así o no, lo que sí nos
interesa es que tipo de estampa fue la que deslumbró a Occidente en aquel
primer descubrimiento que habría de marcar todo el movimiento llamado
“japonismo”. Aquellas estampas pertenecían a menudo a los calendarios, el uso y
la decoración de los calendarios en Japón era muy superior a lo que se usa en
occidente o a libros de rápida lectura en malas impresiones. En cualquier caso
pertenecían al género llamado Ukiyo-e o “Pintura del mundo que transcurre”.
Mucho hay que decir de este nombre pero ahora nos vamos a centrar en dos
aspectos: el Ukiyo-e es un género, no una técnica como se tiende a confundir a
menudo, o lo que viene a ser lo mismo no todas las estampas son Ukiyo al igual
que no toda la pintura al óleo son naturalezas muertas. Este género, y este es
el otro aspecto a destacar, centra su atención en los barrios de placer, sobre
todo en los teatros y las casas de té, con todo lo que supone de sumergirse en
la intimidad femenina, vestimentas, maquillajes, tocados, detalles de universo
pensado exclusivamente para dar placer al hombre, desde la más baja de las
prostitutas a la más selecta de las geishas. Un universo nebuloso al que
Occidente necesitaba poner un nombre y una historia en un tiempo en que se
están gestando, creando y reinterpretando los grandes mitos femeninos: Salomé,
Carmen, Margarita Gautier, Manon, Turandot, Trilby, Ofelia, Elizabeta junto a
su maceta de albahaca, Cleopatra, Semiramis. Personajes poderosos en su
debilidad o en su grandeza pero, eso sí, grabados a fuego en cualquier mente
medianamente cultivada. Había que ponerle un nombre y una historia a esa
japonesita todavía indefinida que pululaba en el aire. Eso fue lo que hizo Loti
con Madame Chrysanteme, aunque por poco tiempo, pues su hija casi bastarda,
Madame Butterfly la eclipsó dejándola definitivamente en un segundo plano, como
simple antecedente, gracias a la mano de Belasco que supo darle lo que le
faltaba a la historia para hacerse mito y para inspirar la inefable música de
Puccini, e incluso para alcanzar un lugar en ese panteón de mujeres con nombre
propio del XIX.
Este
proceso nos debería llevar a preguntarnos ¿Cómo se veía a la mujer japonesa
antes del cierre de fronteras de Japón?
Y ¿la visión de Loti responde de alguna manera a la realidad?
Buscando información acerca de Madama Butterfly (interpreto a Pinkerton los dias 25, 27y 29 de agosto en Madrid) he dado con esta serie magnífica e ilustrativa acerca de una ópera cuyo contenido es un tanto enigmático si nos remitimos tan sólo a lo que Puccini dejó indicado en su obra. Y me pregunto si la conducta del marinero norteamericano no es un reflejo del imperialismo de finales del siglo XIX y una conducta programada u obedece simplemente a algo más primitivo, a un impulso sensual momentáneo que le hace perder las perspectivas de lo que en realidad está llevando a cabo y sus consecuencias. ¿Es Pinkerton un imperialista desalmado que desposa a Butterfly con una intención práctica y específica, que es la de satisfacer sus necesidades mientras dure su misión en Nagasaki; o es un hombre al que la sensualidad de Butterfly lo embruja?...Son preguntas aún sin una respuesta clara. Celebro su magnífica publicación. Saludos.
ResponderEliminarEn realidad, como relata Loti en Madame Crisantemo, era una costumbre importada por los holandeses, tomar una "esposa temporal", En las primeras intervenciones de Pinkerton lo deja claro. El error de esta tragedia es que ella no lo entiende así, cree estar casándose de verdad. Las motivaciones de Pinkerton, como las de Loti, son las de conseguir las atenciones de esposa, ama de llaves y criada si se terciara, por un módico precio mientras estuvieran en ese destino. Es evidente que hay una mentalidad colonial en todo ello, basada en la inferioridad de toda raza no blanca. Sin embargo, con Japón se dio en hueso pues jamás fue colonizado, vencido e invadido sólo en la Segunda Guerra Mundial, colonizado, jamás.
ResponderEliminarSobre la sensualidad y capacidad de seducción de Butterfly queda mucho por decir en este blog, pues en esencia ese es el tema que me interesa. La bella japonesa posee en la ópera uno de los valores más apreciados por los burgueses, consumidores de ese producto, la sumisión, la desaparición de sí misma en la figura másculina pero de ello hablaemos más adelante.
Muchas gracias por leerme y por sus elogios
Un abrazo