Tras una excesivamente larga ausencia por problemas varios vuelvo a retomar este blog con más ganas si cabe y, espero, que con más éxito.
Ante
ciertas obras de cualquier tipo de manifestación artística permanecemos en una
convivencia casi cotidiana sin reparar en los muchos matices que pueden llegar
a encerrar. Es el caso de “Madame Butterfly”. Dentro de la gran ópera, es, sin
duda, una de las más apreciadas y conocidas, junto, por supuesto con “La
traviata” y la castiza “Carmen”. En el caso de nuestra Madame tiene un punto
sentimentaloide en que ha hecho que encaje en un público más amplio –no todo lo
deseable desde luego- que otras como “Aida” o “Rigoletto”, por poner dos
ejemplos. Evidentemente en este blog no vamos a hablar de la obra operística
como tal sino en lo que tiene de visión de Japón de una época.
Para
hacerlo hemos de remontarnos a la Exposición Universal de Londres de 1862,
curiosamente con un Japón todavía cerrado a cal y canto a las relaciones con el
resto del mundo, en ella la artesanía y las artes japonesas fueron una
campanada estética más que considerable. La pregunta inmediata que surge es:
¿si estaba tan cerrado, como llegaron a Londres piezas japonesas? La respuesta
nos va a servir también para comprender alguna de las muchas piezas extrañas
que aparecen en la ópera. El aislamiento
japonés tras una serie de devenires internos, demasiado enrevesados para esta
entrada pues merecerían entrada aparte, acabó haciendo una concesión a los
holandeses, que habían tenido la sabiduría de no meterse en asuntos internos
del Imperio, concediéndoles la isla artificial de Dejima, a menudo más conocida
como Deshima, muy próxima a Nagasaki, en 1720 incluso se permitieron libros
holandeses y, más o menos legalmente, hubo una especie de corriente migratoria
holandesa de Dejima a Nagasaki que explica la presencia de objetos japoneses en
Londres en fecha tan temprana como 1862. Es ahí donde nace el llamado
“japonismo” que tan hondamente ha calado en nuestras formas estéticas que ya ni
nos damos cuenta de que trabajamos con sus principios al mismo nivel que con
los nuestros, en todas las artes plásticas, a menudo con un deliberado y
plagiario “japonismo forzado”, que no tiene nada que ver no ya solo con el
evidente e inevitable japonismo de los primeros momentos sino que tampoco, y
esto es más grave, con una sana “digestión” de sus diversas estéticas. Raro es,
que no excepcional, que el artista haya interiorizado los principios japoneses
para verterlos en obra propia, necesariamente occidental. La comercialización de productos abaratados,
el Manga, igualmente mal digerido y la fantasía –en gran parte fomentada por
ciertas actitudes japonesas- sobre artes marciales reconvertidas en desparrames
de testosterona no han ayudado precisamente a esa “digestión”.
Madame
Butterfly es una pieza interesantísima no tanto por sus innegables valores
estéticos sino incluso por su situación en el pensamiento occidental y por su
génesis. Parece ser que el creciente gusto por lo orientalizante hizo que se
desbocara un poco el asunto de escribir sobre el mismo, especialmente sobre
algo tan nuevo como era Japón por entonces. De ahí que algunas de las fechas
que vamos a manejar se superpongan o no encajen. La historia parece tan liada
que a la fuerza tengo que tomar postura y lo hago ateniéndome a las fechas. Así
que he de comenzar por Pierre Loti, autor que quienes somos aficionados al
Japón hemos tenido que conocer casi por obligación y muy poco por gusto.
Permitidme un inciso, Loti si se lee cuando se está comenzando a estudiar Japón
en una u otra dimensión, resulta una
verdadera delicia, al profundizar en el estudio sobre Japón, la cosa cambia,
pero ya hablaremos (mal) de él más adelante. Nacido Julien Viaud fue conocido
como Pierre Loti, (1850-1923) Oficial de
la Marina Francesa, es escritor para algunos enmarcado dentro del impresionismo
literario (permítaseme no tener claro este concepto, pero parece ser que hay
sabios que sí). Elegido miembro de la Academia Goncourt en 1883, y miembro de
la Academia
Francesa en 1891
(Wiki Dixit), resulta escritor en extremo decorativista, es como si al trazar
las imágenes del Japón que cree conocer nos estuviera pintando un tapiz
precioso para el salón y, sobre todo, que nos diga lo que queremos leer en él.
Por lo menos así es Loti en cuanto he leído de él. No era el único, de hecho
quizás sea el más inofensivo de cuantos plumíferos escribieron por entonces
sobre el exótico y prácticamente recién
descubierto Japón. Bien, Loti
publicó en 1887 Madame Chrysanthème que supuso todo un acontecimiento editorial en Francia haciéndose
terriblemente popular, algún estudioso afirma que se basó en un hecho real,
según él a principios de los 90, sólo que Madame Chrysanthème se publicó
en el 87, lo que nos lleva a la complejidad y diversidad de fuentes –e intereses-
en torno a esta obra, de hecho el gusto por lo japonés convertido en
espectáculo ya tenía una muestra esplendorosa en Londres donde desde1885 triunfaba en los escenarios “El Mikado”
de Gilbert y Sullivan. Siendo desde el primer momento hasta la actualidad una
de las obras más representadas y queridas por el mundo anglosajón. Hay que
mencionar que la lejanía y el exotismo de ese país tan en las antípodas en
todos los sentidos permitieron a los autores una cierta crítica de determinados
usos y costumbres ingleses, a la sazón en plena era victoriana. No es banal
esta puntualización de la época pues más allá de cuanto vayamos desgranando en
estas entradas hay una corriente mucho más profunda que merece ser destacada
para saber qué estamos viendo y apreciar los diferentes niveles de contenido
que conlleva.
Por hoy dejaremos aquí a nuestra
Madame Mariposa, que para acercarnos a ella ya es suficiente.
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