sábado, 22 de agosto de 2015

"Hiroshima" de John Hersey



Título: “Hiroshima
Autor: John Hersey
Editorial: Debate
Ciudad Fecha: Barcelona 2015         Edición original: 1946, renovado en 1976 y 1985
Género: Ensayo

“Todo aquel que sepa leer, debería leer este libro” Publicó el Saturday Review of Literature. Con esto está casi todo dicho y creo que no hay mejor frase para definir este trabajo.
Evidentemente la obra trata sobre la bomba de Hiroshima. A través de unos cuantos supervivientes el autor nos relata los primeros momentos y los primeros días del cataclismo que habría que cambiar la historia de la humanidad. Un ama de casa viuda con tres hijos, un pastor protestante, un sacerdote jesuita, un médico joven del hospital de cruz roja, un médico rico de clínica propia, una joven secretaria, que vivieron muy distintas realidades de aquellos momentos. Sin embargo, esta parte del libro digamos que es lo menos “interesante” pues ya hemos leído testimonios de esos momentos –aunque nunca dejen de ser espeluznantes-. Lo que da un valor más que añadido a este texto es que en sus renovaciones siguió las vidas de esos personajes, algunos hasta el final, otros, aun supervivientes. Aun más que por eso, que ya sería mucho más que suficiente, hay algo más en este texto que me parece esencial para quien quiera acercarse seriamente al ambiente de los sucesivos momentos que trata y es como se filtra a través del entramado de los hechos parte del alma japonesa. Alma que a menudo no siempre coincide con nuestra visión ética del mundo, por ejemplo, el hecho de que aun antes de reponer por completo el material médico del hospital de Cruz Roja que estaba rebosado con los seguimientos a los supervivientes, se gastaron los fondos en remozar la fachada hasta convertirla en una de las más espectaculares de aquella Hiroshima arrasada, la importancia de la apariencia en la cultura japonesa, y con ella de la estética, es como vemos fundamental y, a menudo por desgracia, lo olvidamos ante su estudio.
Descubrir que nadie recibió ayuda estatal hasta el 52 como resultas de un incidente en las pruebas en el Atolón de Bikini; el silencio casi vergonzante con que Japón quiso cubrir –tal vez olvidar- todo lo relativo a la bomba, la marginación de los supervivientes, incluso frases como las de el futuro premio Nobel Kenzaburo Oé agradeciendo a las mujeres que vivieron el resto de sus días encerradas para no mostrar sus cicatrices el hecho de no suicidarse, se escapan por completo de nuestra ética, actual, claro.
Más aterrador resulta la utilización  política y económica que se hizo primero en Japón, como muy bien lo refleja de nuevo Oé en sus artículos recogidos en “Cuadernos de Hiroshima”, como pronto en el resto del mundo. Pavoroso en especial resulta este fragmento del discurso de Kiyoshi Tanimoto en el Senado de Estados Unidos donde había acudido para recaudar fondos para las llamadas “doncellas de Hiroshima”, dentro de una gira al más puro estilo del espectáculo yanqui. Veamos dicho fragmento:
Padre nuestro que estás en los cielos, te damos gracias por la gran bendición que has dado a América al permitirle construir en esta última década la más grande civilización de la historia humana… Te damos gracias, Dios, por haber permitido que Japón sea uno de los destinatarios de la generosidad americana. Te damos gracias por haber dado a nuestra gente el don de la libertad que les permite levantarse de las ruinas y nacer de nuevo
Lo he leído más de una vez y sigue dejándome mudo.
Desde luego es una obra magnífica pero extraordinariamente dolorosa para quienes queremos conservar la esperanza en el mundo y una imagen digna del Imperio del Sol naciente. Leyendo entre líneas se va haciendo cada vez más y más difícil conservar el respeto el uno y el otro. Sólo un esfuerzo de voluntad hace que sigamos alimentando esas esperanzas.
Dejemos ahora los tristes lamentos por la condición humana y centrémonos en el libro propiamente dicho. La introducción de Juan Gabriel Diez, amarga y dura, resulta esclarecedora e interesante y, desde luego, enriquecedora, cosa que no se suele poder decir de muchos de los prólogos que se escriben.
Para centrar un poco más el tema añado, como excepción, una minibibliografía sobre el tema.
-Kenzaburo Oé: “Cuadernos de Hiroshima
-Matsubara, Hisako.: "Bajo el puente en Hiroshima"
-Tamiki Hara: “Flores de verano

lunes, 10 de agosto de 2015

Madame Butterfly o los ideales femeninos (4)



Aquí debemos dar un salto atrás y volver al insufrible Loti buscando una visión algo más amplia de la repercusión de su “Madame Chysanteme” y del marco histórico en que tuvo lugar. Publicada en 1887 obtiene un éxito simplemente arrollador, hasta el punto de que, como ya mencioné, no había casa –en la que se supiera leer- que no tuviera un ejemplar. Si bien nos fijamos –aparte de las más que discutibles aunque no inexistentes de las virtudes de la novela- hay  algunos elementos más a considerar para calibrar su éxito. Políticamente nos encontramos en pleno colonialismo que generó una clase casi repentinamente enriquecida, ansiosa de novedades y sin una formación que pudiera decirse coherente  que está ansiosa de novedades que en el plano artístico podríamos denominar, si se me permite la libertad, “exotismo”. Para encontrar sus orígenes hay que remontarse por un lado al s. XVIII al s. XVIII con su gusto por las porcelanas y motivos chinescos –como ejemplo el Salón Chino del Palacio de Aranjuez- y por otro, y diría que por cercanía temporal, la expedición a Egipto de Napoleón (1798-1801) que puso de moda lo egipcio en general pero que resultó especialmente perdurable en el arte funerario del XIX como vemos siguiendo los artículos de Carlos Saguar.
Este “exotismo”, además de tener sus etapas dictadas por la moda, como la de vestirse “a la turca” –prueba es, sin ir más lejos el célebre retrato de Lord Byron- tuvo, digamos, otros “ismos”  y algunos “neos”, dejemos a estos en paz que nos afectan menos. Estos movimientos dentro del movimiento fueron curiosamente definidos de un modo peculiar como la visión de aquel francés de cuyo nombre no me acuerdo y ni siquiera sé si quiero acordarme, que al cruzar los Pirineos y a la vista del entonces país vasco o Vascongadas, dijo: “¡Cómo se nota que hemos llegado a Asia!”. Esto nos prueba primero la fuerza de la subjetividad que puede llevar al ridículo, por otra parte tan frecuente en los viajeros a tierras desconocidas y pelín chauvinista, y por otra que existe un Orientalismo “genérico que abarcaba prácticamente definido por los Pirineos, lo que quedaba por debajo era Oriente, incluido Marruecos.
Si afinamos un poco más y vamos acotando se irán definiendo dentro de este Orientalismo genérico otros más concretos, unos con nombre propio y otros no tanto. Por ejemplo: el africanismo, en principio limitado casi exclusivamente al ámbito islámico, quedando el Africa Negra o Subsahariana (para ser políticamente correcto) para ser abordado unos años más tarde, casi dentro del XX, enmarcado en principio como “primitivismo”.  En cualquier caso nos alejamos del tema y me enredo en este punto que no domino tanto como desearía. Volviendo al Oriente Islámico nos interesa, a modo de pincelada ver un subgénero de la pintura que cabria denominar “pintura de harem” en donde se entra en la intimidad femenina que muestra sin tema histórico, como hiciera Delacroix en “La muerte de Sardanápalo”, desnudos femeninos sin límite. Como opinión personal diría que este subgénero arrancaría del gran siglo del erotismo artístico, el s. XVIII francés, con la traducción a este idioma  (1704 - 1717) de Antoine Galland de las inefables y de altísimo voltaje erótico “Las mil y una noches”. La figura de la odalisca ya aparece incluso en obras de Boucher y por supuesto Ingres. Traigo esto a relucir por que en los tiempos de Chrysamteme y Butterfly existe una serie de “tipologías femeninas”, tanto pictóricas como literarias en las que ambos personajes, por otro lado contradictorios, encajan perfectamente, cada uno en su estilo. Sin embargo, este es tema para más adelante.
Sintetizando: que entre “neos” e “ismos”, la colonización y la clase de nuevos ricos en  las metrópolis hambrienta de novedades existe una atmósfera muy abierta a recibir casi cualquier tipo de influencia cultural. Cuando la debilidad del paquidérmico sistema de gobierno Tokugawa en un Japón enquilosado y paralizado fue patente, se le obligó a cañonazo limpio por las naves negras del Comodoro Perry en 1868 a abrirse a las relaciones comerciales y diplomáticas. A raíz de este episodio crucial se produjeron dos hechos importantes, primero unas crisis casi sísmica de las estructuras del poder japonesas, hecho que queda fuera de nuestros límites, y, más importante para el aspecto cultural, las diversas Exposiciones Universales en las que Japón participó (curiosamente ya habían llegado muestras a la Exposición de Londres del año 1862, vía Deshima y comerciantes holandeses). Lo cierto es que la cultura japonesa, especialmente las artes plásticas pues la literatura tardaría más en llegar, supuso un absoluto descubrimiento en muchos niveles desde el puramente decorativo, a una nueva concepción de la esencia de la estética. Es en este contexto cuando Loti publica su novela y, sin duda, fue un potente estímulo para su desmedido éxito, incluso Van Gogh la menciona en sus Cartas a Theo resaltando la “desnudez” de esa mirada ante el objeto artístico que se describe en algún instante ajeno a la protagonista. Existe una leyenda que cabalga entre lo real y lo absurdo que nos cuenta que las primeras estampas que llegan a Occidente (es la estampa y no la pintura japonesa lo que tendrá mayor influencia en la pintura occidental) lo hicieron envolviendo piezas de porcelana y que fueron los artistas occidentales quienes quedaron fascinados ante el nuevo concepto estético de tal calado que el arte contemporáneo sería muy diferente sin la estética japonesa. No importa si fue así o no, lo que sí nos interesa es que tipo de estampa fue la que deslumbró a Occidente en aquel primer descubrimiento que habría de marcar todo el movimiento llamado “japonismo”. Aquellas estampas pertenecían a menudo a los calendarios, el uso y la decoración de los calendarios en Japón era muy superior a lo que se usa en occidente o a libros de rápida lectura en malas impresiones. En cualquier caso pertenecían al género llamado Ukiyo-e o “Pintura del mundo que transcurre”. Mucho hay que decir de este nombre pero ahora nos vamos a centrar en dos aspectos: el Ukiyo-e es un género, no una técnica como se tiende a confundir a menudo, o lo que viene a ser lo mismo no todas las estampas son Ukiyo al igual que no toda la pintura al óleo son naturalezas muertas. Este género, y este es el otro aspecto a destacar, centra su atención en los barrios de placer, sobre todo en los teatros y las casas de té, con todo lo que supone de sumergirse en la intimidad femenina, vestimentas, maquillajes, tocados, detalles de universo pensado exclusivamente para dar placer al hombre, desde la más baja de las prostitutas a la más selecta de las geishas. Un universo nebuloso al que Occidente necesitaba poner un nombre y una historia en un tiempo en que se están gestando, creando y reinterpretando los grandes mitos femeninos: Salomé, Carmen, Margarita Gautier, Manon, Turandot, Trilby, Ofelia, Elizabeta junto a su maceta de albahaca, Cleopatra, Semiramis. Personajes poderosos en su debilidad o en su grandeza pero, eso sí, grabados a fuego en cualquier mente medianamente cultivada. Había que ponerle un nombre y una historia a esa japonesita todavía indefinida que pululaba en el aire. Eso fue lo que hizo Loti con Madame Chrysanteme, aunque por poco tiempo, pues su hija casi bastarda, Madame Butterfly la eclipsó dejándola definitivamente en un segundo plano, como simple antecedente, gracias a la mano de Belasco que supo darle lo que le faltaba a la historia para hacerse mito y para inspirar la inefable música de Puccini, e incluso para alcanzar un lugar en ese panteón de mujeres con nombre propio del XIX.
Este proceso nos debería llevar a preguntarnos ¿Cómo se veía a la mujer japonesa antes del cierre de fronteras de Japón?  Y ¿la visión de Loti responde de alguna manera a la realidad?