Título: “Madama Crisantemo”
Autor: Pierre Loti
Editorial: Edciones del Viento
Ciudad Fecha: La Coruña 2006 Edición original: 1887
Género: Viajes (¿?)
Esta entrada parece
romper con la anterior de un modo brusco, como si cambiara radicalmente de
tema, de nuestro tema de Madame Butterfly, nada más lejos de tal cosa.
Tradicionalmente se considera la obra de Loti como referencia indispensable a
la hora de la gestación de la ópera-mito, así que, avergonzado por no haberme
leído fuente tan importante me apresté a adentrarme en el universo de Loti a
quien ya conocía por su interesante “Viaje al Japón” y alguna otra
lectura.
La edición es
visualmente, si se me permite la expresión, elegante: sencilla y con una
fotografía contemporánea al texto, algo que se agradece. Además es texto
corto, 182 páginas, con lo que la
presentación del conjunto es tentador y uno, o sea, yo, se sienta pensando que
en un par de días habrá que ir escogiendo otro libro. Craso error, crasísimo
error. De hecho quizás sean las 182 páginas que se me hayan hecho más largas en
mi vida.
Como historiador del
arte nunca tuve muy claro qué era la literatura “impresionista”. Creo que si “Madama
Crisantemo” puede tomarse de ejemplo de tal estilo literario, ya lo
he entendido: recrearse en las formas y en los matices y… nada más. Lo que en
pintura es extremadamente difícil y meritorio resulta al menos en este texto
todo lo contrario. Como forzosamente habremos de volver a él no voy a centrarme
ahora en el cogollo de la historia sino en la actitud de Pierre Loti, marino
considerado por sus compañeros siempre como “blandito”, con ciertas sospechas
de, por lo menos, tendencias homosexuales, y que alcanzó un tremendo éxito
social y literario con sus textos sobre sus exóticos viajes como no podía ser
de otra manera en un país con fama de chauvinista centro de un mundo occidental
aun más chauvinista, por no emplear palabras más gruesas.
Loti camina entre,
en episodios breves casi sin argumento, la descripción de paisajes y personajes
de porcelana, hermosos colores y matices y, por otro lado, el más absoluto
desprecio al país que pisa. En realidad es que ni siquiera llega a desprecio.
Eso sería un grado. Quizás, sin quizás, no soy imparcial en este tema, la
repulsiva mirada de superioridad de Occidente ante el “Descubrimiento” del
Japón en el XIX es tan ofensiva –aunque en principio menos dañina- como la del
pensamiento nazi sobre el resto de las razas. No hay más que ver como la
mayoría de las comparaciones que hace de los japoneses es con animales, una
constante en el texto de principio a fin, igual que los diminutivos, no
precisamente cariñosos o halagadores, todo lo contrario. Sí, de vez en cuando,
vemos se le escapa un rasgo de sensibilidad poco corriente como el momento en
que aprecia más una caja decorada que su contenido y alguno más, pocos, muy
pocos, a decir verdad entre los que se encuentran como poco a poco va
aprendiendo a apreciar el sonido del shamisen y el valor del canto de
Crisantemo, de quien al conocerla dejó
escrito: “Verdaderamente ésta tiene en su mirada casi un aire de pensar”, y “Yves se adelanta también para estrechar
su linda patita”
Si queremos ser
justos con él –a mí después de esas palabras la verdad es que me quedan pocas
ganas- hay que destacar que en sus propias boutades parece destacar, queriendo
o no, un cierto desconcierto ante la realidad que le rodea, un no entender del
todo sin querer ir más allá pero entreviendo algo más. Igualmente hemos de
destacar como, voluntariamente, se trata si no con lo peorcito de una sociedad,
sí con una capa muy cercana a serlo, seguramente y hablo desde un punto de
vista personal, por qué ahí se pueden enmascarar libertades y libertinajes a
cambio de unas pocas monedas que en Occidente no sólo serían impensables sino
posiblemente ilegales.
A todo esto ¿Qué
pinta Madama Crisantemo en todo este fresco? Prácticamente nada, en casi todo
el texto se refiere a ella como a un lastre, un estorbo y, en el mejor de los
casos, como un objeto decorativo. En ningún momento establece con ella la menor
relación humana, es su esposa temporal, con eso se explica la evidente
relación, pero nada más. Apenas destaca sobre los demás personajes como un
dibujo ligeramente más perfilado. Tan sólo un destello: les ofrecen una joya
que ella rechaza diciendo, “No, el ya no me quiere tanto como para eso”, a lo
que él, como clásico, galán francés de los de antes, se la compra. Poco más se
detiene en estudiarla, en analizar su comportamiento, o en darle rasgos de
humanidad. Si ponemos salvedades y me tomo licencias mínimas es como si a una
cocotte parisién le hubiera puesto kimono para escribir el libro, el episodio
en que ella creyéndose sola extiende el dinero para deleitarse en su sonido,
sinceramente está muy cerca de Naná y desde luego tiene una especial
significación para otros asuntos a los que habremos de volver.
En fin, “Madama
Crisantemo” es un buen ejemplo más de la ceguera del hombre burgués
colonialista ante un país que, curiosamente, no pudo colonizar, eso sí, con
algo más de calidad literaria y yo diría que el autor no se lo tomó del todo en
serio. Acabando el texto Loti se desvela y, teniendo en cuenta su literatura
posterior, se engaña: “Al Japón, como a
los fantochitos, hombres y mujeres, que lo habitan, le falta un no sé qué
esencial; estando de paso se divierte uno, pero no se siente ligado a él ni
ellos”. Lafcadio Hearn también percibió algo parecido pero supo ver más
allá de la frivolidad de los “fantochitos”, tanto que se quedó a vivir allí el
resto de su vida, mientras Loti se limitó a sacarle rentabilidad el resto de su
vida a esta japonería “a la mode”.