miércoles, 24 de septiembre de 2014

La Princesa Takiyasha, vista por Kuniyoshi


Como habréis visto he querido pensarme mucho esta primera entrada “con contenido” no tanto para enganchar, que también,  qué caramba, como para reflejar las intenciones últimas del blog que, sobre las que se presuponen  de divulgar etc, pretenden ofrecer una mirada un tanto diferente, personal del tema tratado.  Cierta biógrafa, no recuerdo quien, pero sí que hace muchos años publicó una biografía de Isabel II, decía que el gran peligro de emprender un trabajo así es enamorarse del personaje, cosa que calificaba de inevitable. Cuanto más cierta no será la afirmación cuando se trata del conjunto de una cultura deslumbrante y enigmática. Nada mejor para que nos enamoremos a primera vista de una mujer que un velo cubriendo su rostro y una actitud huidiza, así nos enamoramos de Japón. El caso es que yo me enamoré  con unos ocho años, en la medida de mis posibilidades –obviamente- que no eran muchas y me volví a enamorar a los dieciocho y ya, me temo, que para toda la vida. O sea, lo que viene siendo un matrimonio por amor. Cuando algo así ocurre, ese enamoramiento del que hablaba la biógrafa se convierte en conocimiento y se suceden descubrimientos de dobleces, rincones, desvanes, telarañas y demás, en suma: que se va conociendo la parte menos vistosa, el lado oscuro para los adictos a George Lucas, que se nos revela aun más fascinante por el hecho de no haber sido ni tan expuesto ni, por tanto, tan contaminado por la occidentalización que durante mucho tiempo Japón interpretó como “modernización”, incluso ahora, a veces llego a dudar si terminan de distinguir ambos conceptos aunque ahora el problema es mucho mayor en la Madre, o sea: China.
Pero no entremos en asuntos de familia y continuemos con lo que nos ocupaba que era esta entrada. Actualmente la visión de Japón transita entre tres puntos de vista: el tradicional, de cultura refinada llena de honor y sangre, de sedas y salvajadas; el que me voy a permitir llamar militarista o testosterónico, basado en un culto deformado y malignizado –por obra y gracia de la corta pero contundente filmografía de Bruce Lee y secuelas- de las Artes Marciales reducidas a fracturas y luxaciones; el tercer punto de vista, especialmente entre los más jóvenes, que se circunscribe al mundo del Manga y del Animé. Bueno, se me olvidaba una cuarta mirada, quizás la más estúpida de todas: la del decorativismo que recurre a “de inspiración zen” ante cualquier cosa incompleta, vacía o simplemente torpe sin tener la menor idea de lo que se habla, pero a esta es mejor no tomársela en serio.
Todas estas visiones son ciertas y simultáneas, y, aunque la cultura japonesa no alcance la antigüedad de la mayoría de las del resto del mundo pues como tal no se puede ir mucho más allá del s. VIII, además por muy moderna que nos pueda parecer, casos del Manga o el Animé, en realidad se encuentran mucho más profundamente enraizadas en lo esencial del “alma japonesa”. 
Como ejemplo de esta divagación un tanto demasiado larga he querido poner una imagen que es, hoy por hoy, un icono del universo gráfico japonés. Se trata de la ilustración en forma de tríptico de la historia de la Princesa Takiyasha.  No es ni mucho menos de las historias o leyendas más conocidas en Occidente, en nuestro descargo diré que son miles las pequeñas o grandes historias que existen y que no todas han tenido ni en Japón la misma repercusión. En lugar de resumir la historia voy a recogerla directamente de un blog : http://informaciondejapon.blogspot.com.es/2009/06/la-princesa-takiyasha.html
Esta es la historia de dos hermanos donde narra la leyenda de la princesa Takiyasha, que trató de vencer a sus enemigos con la ayuda de espíritus. Ella era hija de un noble que murió en el año 940 en una rebelión hecha en contra su señor feudal. Tras la muerte de su padre, Takiyasha se hizo monja. Más tarde ella y su hermanastro conocieron el espíritu de una rana bruja, y ésta usó sus poderes para tramar una rebelión en contra de los enemigos de su padre. Pero Mitsukuni, un guerrero enemigo, descubrió el misterio, fue al palacio y venció a los humanos y a sus aliados sobrenaturales. En la imagen esta la lucha entre la princesa y Mitrukuni. La princesa ha hecho un hechizo para llamar a un enorme fantasma en forma de esqueleto. La aparición trata de atacar a Mitsukuni sobre una cortina de bambú caída, mientras el guerrero arrincona con su espada al hermanastro rebelde.
Si hemos de ser sinceros la mayor parte de nosotros ha visto mil veces los dos tercios de la derecha del tríptico pero rara vez completa la imagen. Es evidente que el aspecto terrorífico atrae más que un aspecto legendario que nadie nos cuenta; y es lástima pues en esta estampa de Kuniyoshi (1797 – 1861) se pueden detectar un buen número de temas recurrentes de lo que va a ser, mejor dicho, de lo que ya era la cultura japonesa. Las historias de venganza, traición y de hermanos dedicados a ellas son relativamente frecuentes, siendo quizás la más popular y querida la de los hermanos Soga. La propia fecha nos da el periodo quizás más belicoso entre señores feudales que desde el siglo XII no cejaron en sus guerras internas hasta fines del XVI con un largo proceso unificador a base de sangre y traición que llevó al poder al inefable Tokugawa Ieyasu que logró pacificar y paralizar el país hasta 1868. Otro hecho a resaltar es que la cualidad mágica está en manos de la mujer, permaneciendo hasta hoy desde la noche de los tiempos la tradición femenina de las médium y otros aspectos mágicos. La propia estructura de la historia se presta a una obra de teatro kabuki tan en boga en la época en que se realizó la estampa y, ya para terminar este aspecto, nos abre las puertas a un mundo oscuro con ese gigantesco esqueleto amenazante. Único aspecto que parece interesar a quienes reproducen la imagen, sencillamente por qué la figura femenina a la izquierda descoloca el arquetipo de los dos varones perfectamente armados enfrentados, uno de ellos protegido por el esqueleto colocándonos de nuevo ante el cómodo y conocido enfrentamiento del bien y del mal.
¿Dónde quiero ir a parar con todo esto? Pues a que Japón quizás sea la única cultura que ha sabido y querido preservar a lo largo de la historia prácticamente todos los frutos de su cultura, leídos de un modo u otro pero siendo los mismos. Eso nos desconcierta pues creemos como en este caso estar viendo casi un comic inspirado por Marvel y nos encontramos con que no sólo es exactamente al contrario sino que la fuerza que conserva desde el XVIII viene respaldada por la tradición prácticamente desde los orígenes de la historia japonesa. Kuniyoshi, desde luego, no tiene la exquisitez de Utamaro, o el sublime talento de Hokusai pero es sin duda el mejor artista del grabado en madera tratando temas de samuráis, combates y escenas de acción. Mientras tanto Utamaro como Hokusai trabajan perfeccionando un lenguaje, Kunyoshi y otros muchos como Hiroshige lo completan y adecuan a la demanda con una destreza prodigiosa que no sólo inspirará las formas de ciertos comics occidentales sino que frecuentemente éstos serán poco menos que interpretaciones tal cual. Teniendo en cuenta todo esto es como hay que afrontar todo fenómeno cultural japonés de cualquier tipo.
Un último detalle que demuestra algo que no he querido tratar antes: el desprecio y desinterés profundo con que se aborda el tema a un nivel que no sea la mera superficie. Me explico. No todo el grabado japonés, cumbre sin duda de la xilografía universal, es o pertenece al género llamado Ukiyo-e. El Ukiyo es un género, no una técnica, por tanto el uso indiscriminado del término ante cualquier grabado japonés, como ocurre en la mayoría de los casos nos induce a error y muestra el desinterés por lo que vaya más allá de la pura forma. Supongo que tiempo y ocasión tendré de extenderme sobre alguno de estos temas. Baste por hoy conocer a la princesa y abrir un poco más el abanico de las posibles miradas sobre el arte y la cultura japonesa.


lunes, 15 de septiembre de 2014

Para empezar

En esta primera entrada de un blog que pretende enriquecer con sus entradas a quien las hace y, con suerte, a quien, si tengo suerte, las lee. He elegido esta imagen pues cuando ante la complicada y huidiza elaboración del tocado de una geisha, en este caso una Maiko, pienso que es una alegoría de la cultura japonesa: muchos ángulos, muchos matices y un punto escurridiza que nos produce fascinación y desasosiego a los occidentales.